Comienza la segunda campaña electoral con Rajoy en primera fila del mitin y Aznar en las Américas clamando por una intervención en Venezuela. El PP, atrapado por un imparable baile de San Vito, abomina ahora de Vox (ayer sangre de su sangre) y rechaza a grito pelado a la ultraderecha de Le Pen y Salvini. Ahora son centro derecha democrática y europeísta. Así que le deja todo el campo de tiro anti catalán y el 155 al quinético Albert Rivera. Ciudadanos, así, se convierte en el manto que cubre toda la España que abomina a la izquierda. Y hasta Vox deja a un lado la España de la escopeta, el perro y la nostalgia franquista para correr en la búsqueda del voto obrero «de la España que madruga» y que le hizo fú en las generales.

Solo nacionalistas y PSOE se mantienen reconocibles, aunque bien es cierto que el separatismo catalán enciende cada día más el nervio agresivo del gallinero (Puigdemont y ERC ya no se soportan ni en público) y el líder del PSOE, Pedro Sánchez, se presenta como el general romano victorioso disponiendo su Moncloa imperial para dar plácemes bien calculados a los jefes políticos derrotados.

Aunque de entre todos los juegos de manos de ese Mago Pop en que se convierten los políticos que han perdido, destaca por su porte discreto y mansa apariencia, la pose y la palabra de Pablo Iglesias y sus pretorianas de Madrid. Su célebre frase «hemos acordado que tenemos que llegar a un acuerdo», o algo similar, escribo de memoria, al salir de una larga conversación con Pedro Sánchez, indica que todo está en suspenso, pendiente de la travesía sobre el alambre que inevitablemente le tocará hacer más pronto que tarde a Podemos si no quiere deshacerse en decenas de grupúsculos diseminados, ofuscados y enfrentados en toda España.

El cuadro que pintó el 28-A de este partido presenta al cogollo dirigente en Madrid iluminado aún por el gran foco que alumbra la capital de la política, pero absolutamente desconectado del resto de sus conmilitones diseminados y bastante perdidos (en parte derrotados) del resto del país.

El Podemos que dirige el matrimonio de Galapagar necesita con más urgencia que la mayoría un congreso abierto, representativo y libre (si esto es posible en política) que informe a todos sus militantes, simpatizantes y votantes sobre quiénes son realmente después de esa cabalgada, ya larga, que los ha traído de Venezuela a Galapagar sin mediar explicación alguna no ya pública, sino sobre todo interna.

Podemos tiene que decidir con urgencia entre ser un partido antisistema o constitucional. Porque toda la izquierda europea lo hizo. Carrillo lideró, dentro del comunismo prosoviético, el discurso de la reconciliación nacional en España, y Felipe González, más tarde, descolgó en un Congreso extraordinario la placa del ideario socialista que exhibía al marxismo como principal fuente de inspiración del PSOE. En tanto esto no ocurra, será un partido del que se sospechará y continuará su debilitamiento.

Quién sabe si no es esta circunstancia la que lastra un acuerdo con el PSOE. Podemos aporta demasiado riesgo para la credibilidad y estabilidad de un gobierno de Pedro Sánchez, pero también es demasiado necesario para que este pueda gobernar. Aunque también podría pesar en el remoloneo del presidente una evidencia que no se destaca lo suficiente: la debilidad política de Pablo Iglesias dentro de su partido. En gran medida cabalga solo junto a Irene Montero y sus pretorianas de Madrid. Lograr formar parte del Gobierno de España sería una tabla de salvación para él más que para su partido. Los memoriosos que rodean a Pedro Sánchez quizás le recuerden cómo también estaba muy débil y acosado Santiago Carrillo por los suyos cuando el PSOE selló con él el gran pacto municipal de 1979, que repartió un enorme capital institucional para todos.

* Periodista