Desde luego hay que reconocer que tiene, como decimos los andaluces, «labia pa’reventá», que tiene además argumentos bien definidos, que sabe contraargumentar, que sabe retorcer las preguntas hasta conducirlas hasta donde él desea, y sobre todo que es maquiavélico hasta extremos difíciles de descubrir y que ha sacado sobresaliente en la asignatura de Fenomenología husserliana. Sigo a Évole, como muchos de vosotros, desde hace ya largo tiempo y creo que nunca lo había visto sin saber qué decir, dudoso, contrariado, hasta algo ruborizado y nervioso cuando Aznar le devolvió la pregunta acerca de si Évole conocía con exactitud todos los detalles de la vida personal, privada (porque se refería, claro, a la vida privada) de todos y cada uno de los que trabajaban con él o para él. Naturalmente Évole no supo qué responder, o no quiso responder para no tener que decir que no. Pero lo peor es que nuestro amigo Jordi se la «comió enterita» aunque intentó, sin éxito, que Aznar comprendiera la diferencia entre ámbito privado y público si nos referimos a la política o si nos referimos a una empresa privada cuyos miembros toman decisiones que no afectan al conjunto de la ciudadanía. Es el maquiavelismo político más retorcido que jamás he visto, pero también tengo que afirmar ahora de manera contundente que he comprendido a la perfección el papel que juegan muchos de nuestros políticos, desde los que visitan el hemiciclo madrileño hasta los más localistas que aparecen como suplentes en nuestras trasnochadas listas electorales cerradas. Aquí ya vale todo y como vale todo y somos conscientes de ello se puede enunciar como colofón algo así como «yo sólo pongo la mano en el fuego por mí».

Pero aún quedaba lo mejor de la entrevista, porque la anterior se refería esencialmente al asunto de la corrupción. Quedaba el asunto del terrorismo y del que posiblemente sea (aunque todos y cada uno lo son) el episodio más dramático de nuestra Democracia reciente: los atentados de Madrid del 11 de marzo de 2004, a tres días vista de las elecciones generales que, en todas las encuestas y sondeos pre-atentados, otorgaban el triunfo al PP. ¡Madre mía!, aquí ya, a pesar del secreto a voces de ocultar información de cara a conseguir un nuevo triunfo electoral, no se podía utilizar con toda la «jeta» el maquiavelismo, eso sí más clásico, de que el fin justifica cualquier medio que empleemos. Aquí fue más sutil y utilizó como estrategia filosófica la Fenomenología más clásica de Edmund Husserl que, enunciada de forma académica, nos propone que la Realidad solo existe cuando los contenidos de nuestra conciencia individual se proyectan en las coordenadas del espacio y del tiempo. Es lo que llamamos el «consciente». En nuestro cerebro hay muchísima más realidad pero determinados mecanismos o nos impiden o simplemente no queremos proyectarlos (no hay mayor ciego que aquel que no quiere ver). Justificar que, como no existían antecedentes o incluso como no había datos que probasen los hechos, ETA tenía todas las papeletas para ser la autora material de los atentados del 11M y que, por tanto, cualquier otra posibilidad no existe, es reírse a carcajadas de los ciudadanos. A pesar de todo, el tiro ya sabemos por dónde le salió. Se volvió a notar, después de 17 años, que le importaba muy poco porque el cordero degollado era ya Mariano Rajoy. Incluso alardeó de que durante su presidencia fue aprobada la ley de limitación de mandato a dos legislaturas. Le vino como anillo al dedo para intentar engañarnos nuevamente afirmando que echarle el muerto a ETA no fue estrategia electoral alguna. Aznar, el ser humano tiene espacios comunes donde la Verdad es tan luminosa que la mentira se vuelve, como poco, imposible.

* Profesor de Filosofía