La decisión de la organización de la Fórmula 1 de suprimir la presencia de azafatas en la parrilla de salida (las grid-girls) es un paso más, e importante, en la lucha contra un tipo de discriminación que es muy visible y notorio y con una gran repercusión mundial. A partir de aquí, personalidades del entorno feminista han reclamado que la presencia de mujeres como adorno sea proscrita de los acontecimientos deportivos y de todos en general. Pero también incide en el problema de fondo: la utilización del cuerpo como método de atracción. Y esta es una situación que no se da solo en el mundo del deporte: la presencia de azafatas en actos públicos, congresos, etcétera, que están allí para ser vistas no como protagonistas valoradas por su esfuerzo sino como trofeo, florero, descanso del guerrero o generadoras del apetito masculino. Se han dado casos, en los últimos tiempos, que vienen a corroborar la necesidad de abandonar unos clichés que, por desgracia, son harto frecuentes. Una cena de ejecutivos en Londres con azafatas que sufrieron abusos fue un escándalo mundial, y contribuyó a dar fuerza a las voces que denuncian este tipo de cosificación del cuerpo de la mujer, dentro de movimientos más amplios en favor de la igualdad como el Me Too. La buena noticia es que donde no hace mucho no extrañaba ver a chicas jóvenes medio desnudas en congresos, ferias y promociones ahora se imponen códigos de vestimenta, paridad en el trabajo de asistentes y, en general, una preocupación generalizada a los problemas reputacionales que puede suponer el sexismo. Por ejemplo, en la Vuelta Ciclista a España hubo paridad, sin besos en la mejilla y sin ostentación, como sigue ocurriendo en el Tour de Francia o el Giro de Italia. La presión social y la actuación de las entidades públicas deben prevalecer sobre el espíritu comercial y sexista.