Porque un día, y no de los más calurosos del mes de julio, voy a una librería de cuyo nombre no quiero acordarme, y pregunto por una edición del Quijote. No fue Maritornes la que me atendió, porque, aunque carirredonda, abre su pantalla para pedirle y pedirme lo que le pido, y me pide: “¿El nombre del autor?” ¡Cuánta realidad me descabalga de Rocinante! Se me rompe la adarga, mi galgo huye y no me hallo el alma en los pies. Me estrello contra otro molino de viento de otra ley educativa. El licenciado Sansón Carrasco se ríe: “Estás en una librería” Sí, esta Dulcinea de la otra ley educativa creció con aquel bodrio del Quijote en dibujos animados, con aquel petardo de película de don Quijote, con aquella mentalidad de compañeros maestros para los que leer a los clásicos era de burgueses y fascistas; con ese Quijote traído de su mal compuesta celada al castellano actual, porque el de Cervantes ya no lo entiende la caterva de follones y malandrines; con este pastiche de Quijote “para uso escolar” que sacó ese pastiche de la actual muy Real Academia Española de la Lengua relamida; para esa escuela de nada en la que han convertido su nada, ni lectura, ni escritura ni quién es el autor del Quijote. Tirado de mi Clavileño, me empiezo a dar de cabezadas contra una peña, pateado por otro arriero, otro yangüés y otro rebaño; y en otra ínsula Barataria oigo las risotadas de otro Ginés de Parapillo, otro duque y su duquesa, otra Trifaldi, otro retablo de maese Pedro, y tanta sobajada señora con su olor a ajos que me encalabrina el alma, y tanto asno en su Sancho. Todos me han traído a la chavala librera, que mira a este caballero de la triste figura, y no me librará de tanto sabio encantador y tanta quema de libros desde las breñas de Sierra Morena hasta las playas de Barcelona; y tanto Roque Guinart, y tanto vizcaíno espada en alto con el doctor don Pedro Recio de Mal Agüero, y doña Rodríguez, y no te canses, que no la has de ver en todos los días de tu vida, porque supe que no había conseguido desencantar a Dulcinea, porque supe que me había despertado una vez más de mi sueño, gracias a las misericordias que ha usado Dios conmigo, y ya tengo juicio libre y claro, sin sombras caliginosas, y ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño.

* Escritor