Se dice que un autónomo nunca se pone enfermo. Una baja por enfermedad le suena a chino. Más extraño le resulta que su jornada laboral fuera de 35 horas semanales, menos aún, que su horario sea inferior a siete horas diarias, y que pudiera disfrutar de un fin de semana de descanso. Horas infinitas, jornadas tediosas, sábados laborables y sin representación sindical alguna, pues el autónomo es su jefe, su trabajador y su pesadilla. Un autónomo es un extraterrestre en medio del mundo laboral que hemos conquistado. No pude imaginar días de asuntos propios, días compensados por unas horas de más, días de valor doble por haber trabajado un domingo, quedarse en casa por estar físicamente agotado o estar de un humor de perros. Un autónomo saca fuerzas de donde no las hay. Conoce perfectamente que de su dedicación, profesionalidad y reinvención permanente llevará un salario a su casa.

Y autónomo es el señor del quiosco de chucherías, del bar, el restaurante y la cafetería, del comercio de tejidos a los botones de la mercería; autónomo es el músico, el actor, el flamenco y la bailaora, el guitarrista y todos los que del arte son artistas. Y lo son los editores, muchos comerciales y muchos autores. Todos y muchos pueden ser y son autónomos con las diferencias obvias de la dimensión empresarial de cada uno. Autónomos como lobos solitarios de sus minúsculos negocios y grandes autónomos con personal contratado.

A todos, de una forma u otra les está afectando a sus ingresos las medidas sanitarias frente al covid-19. La paciencia se está agotando. Cientos de autónomos de Palma del Río tomaron la calle manifestándose desde sus coches. Sorprendió a muchos la gran acogida de esta convocatoria, que evidenció el drama de muchas familias. Cuando el reloj marca las diez de la noche, el coche del autónomo se convierte en calabaza. Entonces descubres como ha cambiado el cuento.

Mañana se abrirá la puerta. Iremos a comprar con mascarilla.

* Historiador y periodista