Al final del curso escolar se acumulan múltiples tareas para el profesorado y equipos directivos de los centros. Es habitual dedicar algún tiempo a realizar un balance y evaluación del año académico que termina. Se reflexiona, entre otras cuestiones, sobre la consecución o no de los objetivos planteados para el curso, sobre las propuestas de mejora que se han planificado, sobre los resultados académicos del alumnado, etcétera. Planteo la posibilidad de introducir en ese proceso reflexivo algunas preguntas que apelan a una de las funciones esenciales de la docencia en su relación con el alumnado y con su propia práctica.

Sería interesante que cualquier docente se preguntara, por ejemplo, sobre las fortalezas y talentos que ha descubierto en el alumnado con el que ha trabajado este curso. Dedicar unos minutos a repasar mentalmente la imagen de cada uno de ellos y ellas. Visualizarlos en clase. Recordar sus miradas, sus respuestas, sus desafíos, sus interrelaciones con los demás, sus sonrisas. Preguntarse sobre su contribución para descubrir y potenciar la grandeza que encierran. También detenerse recordando su «voz» singular y única. Ser conscientes de esta función grande y hermosa que la sociedad, a través de las familias, deposita en el profesorado. Algo tan esencial que, como decía El Principito, «es invisible a los ojos».

También es un buen momento para reflexionar sobre sus propias fortalezas y talentos como docente. Sobre las que ha potenciado y sobre las que tiene adormecidas. Cómo ha brillado su «luz», su «voz». Qué ha hecho con su grandeza. Seguro que podrá emplear algo de su tiempo en rememorar su presencia en clase. Ver su afán diario por enseñar y sobre todo porque el alumnado aprenda con su ejemplo. Reflexionar sobre su actitud y su entrega en la docencia.

Como afirma David Bueno en su libro ‘Neurociencia para educadores’ (2017): «si queremos motivar a nuestros alumnos, no basta con decirles que deben motivarse, que la ciencia, la literatura, la historia o lo que sea les harán vibrar porque son muy interesantes. Debemos vibrar nosotros con lo que les enseñamos, y se lo tenemos que demostrar. Somos nosotros los primeros que tenemos que estar motivados si queremos que nuestros alumnos se motiven y vibren; somos nosotros los primeros que debemos interesarnos por lo que queremos transmitir; somos nosotros los primeros que debemos aprender a aprender cuando estamos en el aula. Es así como se transmiten las actitudes, por imitación, predicando con el ejemplo. No les podemos pedir que estudien muchas horas en casa y que lo hagan con gusto si nosotros no estaríamos dispuestos a hacerlo. No les podemos pedir respeto si nosotros no les respetamos, y si no nos respetamos entre nosotros dentro de los equipos docentes».

Del mismo modo, el profesorado en su conjunto y los equipos directivos podrían dedicar un tiempo a plantearse algunas cuestiones como las siguientes: ¿Cómo he contribuido con mi desempeño a impulsar las fortalezas del todo el profesorado con el que trabajo? ¿Cada uno de ellos y de ellas ha encontrado respaldo para expresar su «voz» y su talento? ¿Hemos caminado juntos? ¿Hemos dejado a alguno en el camino?

Si las respuestas a estas preguntas les hacen reflexionar y encuentran que hay recorrido para mejorar, solo me cabe añadir que septiembre está cerca y con él un nuevo curso lleno de ilusiones, fortalezas, talentos, voces, vibraciones y luces por descubrir, potenciar y cuidar.

* Inspector de Educación