Me enamoré de Mel en cuanto la vi. Sonríe como la francotiradora kurda que empezó a reírse cuando una bala del Daesh que iba para su cabeza se clavó en la pared por medio centímetro. Tiene la misma nariz, que es un regalo persa, o egipcio, no sé, porque ella es de Uruguay. ¡Y qué acento! Susurró que me quería en ese idioma suyo que es como morder música, y se me deslizó por el oído una serpiente de palabras, t--e--q--u--i--e--r--o, los colmillos clavados en mi corazón y el cuerpo rodeando mis pulmones, mis costillas, la boca de mi estómago y hecho un nudo en mi columna vertebral. Pienso que puede pasarle algo y la serpiente arde, se agita, me inyecta azufre en la sangre.

Ella habla muy bien inglés, así que le hago trampa en los viajes y la llevo a Inglaterra. ¿Quién nos va a mirar en Londres, sweetheart? Dejamos la maleta en un hotel detrás de Victoria Station, y me la llevo a Camden, para pasar el día entre músicos con Martens y camisas de cuadros y comprar libros de segunda mano en Black Gull Books. ¿Mi sangre? Sin veneno, todos a salvo. ¿Pero saben? Hay que conservar alguna escama en la piel. En twitter, en la vida y en Camden.

Llegaba a lo lejos un autobús de dos plantas y corrimos hacia la parada, saltamos a él y subimos al segundo piso. Dejamos a cinco chavales atrás y nos fuimos a la última fila, con el autobús ya en marcha. Imagínenla, jadeando, sonriendo, recortada en la ventana con el centro de Londres brillando. Tomé su cara y la besé, medio soñando, como si se fuera a deshacer. Oí un aullido. «Eso es, bolleras, comeos la boca». «No paréis, que siga el espectáculo». Los adolescentes se habían puesto de pie y no paraban de gritarnos. Tendrían 15 años. Cuando yo di mi primer beso a una chica, ellos no habían nacido. Mel, con el tono risueño de cuando está nerviosa, bromeó un poco. Yo me hice la enferma. Pero no paraban de gritarnos. Nos tiraron monedas, que me dieron en la oreja, como un pellizco. «¿Por cuánto os hacéis la tijera aquí mismo, bolleras?». Mel se quejó. Y la serpiente se me incendió de golpe, llevándome ciega hacia aquellos tíos, los puños ya cerrados. He leído, besado, amado y tragado demasiado como para callarme. Me lo he ganado. Pero enseguida sentí la sangre en mi lengua, las patadas en la nariz, rota, el miedo en la cabeza, humillante, y la serpiente mordiéndome sin parar en el pecho, enloquecida. Mel se acercó a ayudarme, pero la golpearon en la cara hasta que cayó al suelo. Me robaron el móvil y el bolso. A ella no. Cuando recobró el sentido, nos hizo una foto en la que salimos cubiertas de sangre. Ha dado la vuelta al mundo, y hay quien escribe en los comentarios que estas noticias son los típicos caprichos de una comunidad que nunca será normal, y que distraen de problemas importantes.

El día del orgullo gay consiste en mostrar el mayor exceso para comprobar que no se reprime, y no sentir miedo por vivir una vida normal al día siguiente. Si van a pedir un día del orgullo hetero, mejor aprieten fuertemente los dientes. Tal vez así no puedan hablar.

* Abogado