Pedro Sánchez se la lio parda a Rajoy por sacrificar un perro durante la crisis del ébola. La comparación con el presente resulta espeluznante. Se exige todo a la oposición, a la crítica libre, confundiendo la responsabilidad con la disciplina de partido. Se ha llegado tarde a la estampa de ayer y esa declaración del estado de alarma. Estamos ante un presidente del Gobierno especialista en fotografiarse con gafas de Top Gun en su asiento del Falcon, mirando hondamente por la ventanilla, como si los destinos del universo pudieran contenerse en esos ojos que están contando nubes y pensando en lo bien que sigue dando en las fotografías, mientras la gente espera que alguien los gobierne. Hemos pasado del planteamiento gripal a afrontar que estamos en La peste de Camus, en El último hombre vivo, en una reclusión casi en plan Guerra Mundial Z; pero los zombis están en el Gobierno. No digo que todos los ministros lo sean, pero la anterior comparecencia del presidente tuvo un discurso zombi. No salgan de sus casas, tápense la nariz cuando estornuden. Sí, alguna otra cosa también hubo, pero no mucho más. Vamos a hacer lo que haga falta. ¿Y eso qué es? Si lo que podías haber hecho, que era llamar a las cosas por su nombre cuando aún había tiempo de hacer algo, no lo hiciste, con Italia ahí al lado. El domingo pasado, allí cerraban hasta los gimnasios y se ponía cerco a Lombardía, pero aquí estábamos en lo que estábamos. Aunque, eso sí: nada de exigir responsabilidades, porque hay que remar juntos. Y luego, esta ausencia total de liderazgo. El tipo del plasma por lo menos salía por el plasma. Madre mía, con la tabarra que dio Sánchez -y muchos columnistas, como un servidor- con el plasma de Rajoy, y resulta que este hombre no aparece ni siquiera por plasma, y cuando le da por aterrizar en el planeta de la realidad se lanza al lago de las vaguedades. Que si las Fallas no, que si la Semana Santa sí, o no, quién sabe. Qué desamparo. Y qué frivolidad.

* Escritor