Piensas en alguien acusado de siete atracos a bancos y tu cerebro tira de archivo: Perros de paja, Baby Driver. Piensas en señores que visten camisas hawaianas con el pelo del pecho un poco al aire, que fuman habanos, conducen coches caros, comen bien y beben mejor.

Pero Flako no era nada de eso. Flako y su «banda» eran más bien la versión madrileña de «El Fali» y «El Rafi» en El mundo es nuestro. Y llamar a aquello banda era tremendamente dadivoso.

Dos meses antes de cumplir 16 años vio salir a su padre por una alcantarilla con 23 millones de pesetas y aprendió que los bancos se robaban así, bajando al subsuelo, compartiendo oficina con ratas, tampones, cucarachas y aguas fecales.

Flako tiene la cara ancha y manos de cargar herramientas. Habla de su abuela y de su tía, de su mujer y de su hijo, y lo hace de forma que a uno le gustaría estar en esa lista. Un tío de una simpatía agasajadora, casi inocente, con una verborrea inagotable. Hablar con él es enfrentarse a un carisma hipnótico, escucharle contar una historia tras otra mientras lloras de risa. Tanto que se te olvida que durante algún tiempo fue uno de los atracadores más buscados del país; que cuando entró en prisión se le aplicó el mismo régimen penitenciario que a los presos de ETA.

Aquello era delinquir pero sin el lastre de la culpa. Un oficio rentable y relativamente honrado, con todos los ribetes morales enmendados: sin violencia y sin llevarse dinero de nadie que no fuera el banco. Su historia se quedó a las puertas del Goya al Mejor Documental con Apuntes para una película de atracos, y la editorial Libros del K.O. le ha publicado Esa maldita pared, el relato autobiográfico que escribió en la cárcel.

Aquellos tiempos se echan de menos, obvio. El vicio del dinero fácil, la vida holgada, los tuyos viviendo a cuerpo de rey. Repartir pescado por la mañana, planear atracos por la tarde.

Hoy Flako es un mileurista que se presenta con el pulgar de la mano derecha vendado: ha estado a punto de rebanárselo con una radial. Flako, cuenta, es hoy un padre de familia que por la mañana ha discutido con el jefe y por la tarde va con prisas porque le cierran el súper.

Dice que a él no le ha rehabilitado la cárcel, sino su hijo y los proyectos del libro y el documental. Que la única diferencia entre el Flako de antes de la cárcel y el Flako de después de la cárcel es que, si antes le llevaba un poco más de tiempo conseguir una pistola o un kilo de cocaína, ahora podría hacerlo en cuestión de días.

* Periodista