No podía ser menos, si del yacimiento de Ategua se trata. Después de la batalla por la conquista de la milenaria ciudad en el año 45 a.c. entre las tropas romanas de Pompeyo y César, han surgido, al cabo de 3.500 años, unos humildes, desarmados y desamparados guerreros que con la razón poderosa que les otorga la defensa de un proyecto ilusionante para su propio pueblo, Santa Cruz, mantienen una lucha que aunque pacífica, no está menos cargada de argumentos, y de entre estos, ninguno más legítimo que el incierto futuro de sus hijos, de su pueblo y de la tierra de sus ancestros. En aquellos tiempos era el poder de las armas puestas en servidumbre de la conquista de tierras, territorios de los confines del mundo. Hoy, es el poder de la cultura, el poder del conocimiento arqueológico de aquéllos escenarios milenarios para que con su descubrimiento y estudio científico disponer de secuencias históricas que nos permitan recomponer unas civilizaciones, casi siempre ávidas de nuevas conquistas de otros pueblos, pero de los que somos sus descendientes.

Las administraciones implicadas en la cesión del silo de Santa Cruz que sería el mejor apoyo para el futuro de la rehabilitación de las ruinas del yacimiento --eje principal de este debate-, deberían entender, más bien, deberían poner en práctica --cosa que saben-- que los desarraigos y el abandono de poblaciones empobrecidas, a largo plazo no van a beneficiar a las capitales que vienen acogiendo durante tanto tiempo a tanta gente desestructurada en su identidad y en su aspecto económico, social y familiar. La solución no pasa por almacenar en colmenas a unas generaciones sin pan y lo peor, vacías de contenidos. La puesta en valor de Ategua aguarda impaciente e irrenunciable. Aunque en Santa Cruz, subsistan solo un puñado de utópicos guerreros pertrechados con la fe de luchar por una causa justa.

<b>Antonio J. Hidalgo Gálvez. A. Cultural Amigos de Ategua</b>

Santa Cruz (Córdoba)