Estos dos últimos años han sido muy convulsos en la política española. Los ciudadanos hemos visto atónitos la sinrazón e incapacidad de nuestros políticos para enderezar el Estado, aprobar presupuestos y progresar para formar un gobierno constitucional.

Una de las causas de este desastre, que tanto perjudica al prestigio exterior y a la economía de España, es la concentración de poder de los líderes de los partidos, que actúan de “superlíderes” acaparadores de todo protagonismo, poseedores de la verdad, con poder interno inimaginable y con un grupillo reducido de adláteres que son fieles adoradores y que a todo dicen amén.

Los demás miembros del partido acatan lo dictado y, si muestran su disconformidad, su continuidad en el partido se tambalea o simplemente se van. Ya lo dijo hace muchos años Alfonso Guerra: el que se mueva en la foto, no sale. Muchas sangrías de este tipo se han producido recientemente en todos los partidos en liza para las elecciones generales del 10N --por ejemplo: Madina (PSOE), Soraya (PP), Bescansa (UP), Naz (Cs), etc,--. Obviamente estos “supermanes” (lamentablemente ninguna “superwoman”) no son auténticos líderes, según el perfil más consensuado de lo que realmente deben de ser: no dictadores, diáfanos, cercanos, abiertos al consenso y a reconocer errores, asequibles y “conspiradores” con la gente del partido, etc.

Estos superdirigentes, que salen en los medios una y otra vez, creen con firmeza que la tierra (ellos) son el centro del universo alrededor del cual giran el sol, los planetas y las estrellas, según la teoría de Ptolomeo (siglo I/II dC) siguiendo a Aristóteles y Platón. Las/os sabias/os Hypatía (350-415), Copérnico (1473-1543) y Kepler (1571-1630) entre otros, cambiaron radicalmente este modelo describiendo la realidad: la tierra es un astro que gira alrededor del sol, como los demás planetas.

En nuestros partidos democráticos predominan los “ptolomeos” o guías autoritarios que rigen con mano de hierro al partido, cuya democracia interna solo se muestra en los congresos de los partidos donde los participantes votan y los eligen. A partir de aquí, son ellos los dueños absolutos del cotarro interno nombrando un núcleo fiel a ciegas.

La política española sería diferente sin “ptolomeos”, ya que en los tiempos convulsos en que vivimos son verdaderos obstáculos para lograr acuerdos para formar coaliciones tan necesarias para la gobernabilidad de un país que se manifiesta muy dividido en las urnas. Buscan solo su triunfo personal para seguir siendo “ptolomeos” ahora no solo de su partido sino del Estado como presidentes del Gobierno. Éstos deberían ser más coherentes con la realidad: la tierra no es el centro (ombligo) del universo. Esta dejación de egocentrismo es uno de los ungüentos que necesita España para cerrar heridas.

* Universidad de Córdoba