Menor audiencia y, sobre todo, menor influjo que las obras precedentemente glosadas del egregio historiador donostiarra halló en los ambientes científicos su monumental tratado Partidos y programas políticos. 1808-1936 (Madrid, 2 Vols., 1974), reducido en su planteamiento teórico, en verdad con buen criterio, al segmento de 1867-1936, dado que el autor había ya escrito ex abundantia respecto del primer liberalismo, el del ciclo gaditano. El esquema estasiológico con el que se abrían sus páginas, hacía presagiar un texto a un tiempo esforzado y desmalazado, iluminando con frecuencia con fogonazos de gran resplandor, pero quizás carente, en conjunto, de armonía y equilibrio. Una vez más y como siempre, Artola se encaró con un tema medular del pasado hispano, aunque tal vez con un punto menos de acierto, según demostraban las lagunas bibliográficas en parte de sus páginas.

Tras esta voluminosa empresa, la teoría historiográfica y la metodología de influencia marxista volvían a tentar al descollante contemporaneista guipuzcoano en un denso libro sobre otro punto de inflexión de nuestra historia reciente: Antiguo Régimen y Revolución Liberal (Barcelona, 1978). Todo un modelo de explicación causal acerca del hundimiento, por motivaciones económicas, del Antiguo Régimen y su reemplazo por el sistema burgués usufructuado por la nueva «clase dominante», se definía en sus páginas cara a explicar la aplicación efectiva de la revolución liberal en nuestro país. La sistematización no era tal vez el rasgo más destacado de un estudio repleto de sugerencias e hipótesis, que ofrecía, además síntesis muy logradas de los capítulos políticos de la crisis del Antiguo Régimen español, que no podrían abordarse en lo sucesivo sin tener muy en cuenta el texto escoliado.

Tema subyugante para un contemporaneísta, ya que no en balde durante largo tiempo fue el tren el símbolo emblemático de su geografía profesional, el ferrocarril escribe otro renglón importante en el haber historiográfico de Artola. Todo lo concerniente al motor de la revolución de los trasportes -una de las pocas plasmadas en el solar hispano- entraña manifiesta sustancia historiográfica. En Los ferrocarriles en España. 1844-1943 (Madrid, 2 vols., 1978) se debía a su director la «introducción» y la parte tercera del primer volumen, muy completa en todos sus extremos.

Poco después, en 1982, se efectuaba el ingreso en la R. Academia de la Historia del prestigioso catedrático con otro tema de permanente actualidad e interés y ¡más en la España de 1981!: Declaraciones y derechos del hombre. Desde 1776 hasta 1948, desde Filadelfia a París por partida doble, la gráfica lenta mas ininterrumpida, encubierta, enmascarada, guadianizada, pero siempre fluyente y expansiva, se reconstruye con tino y pericia por un historiador preso siempre de la comezón de la actualidad, de la inserción de Clío en el torrente del hoy. Nota rara, si no singular del texto, será la emoción que salpica una prosa apenas reclamada por el desbordamiento o la voluntad de estilo, pero atenta a la expresión de un pensamiento a las veces conceptista.

* Catedrático