Las profecías autocumplidoras asustan. Rutger Hauer seguro que no quiso suceder a Bela Lugosi en su atadura a un personaje. Y es que el actor húngaro, de tanto encarnar a Drácula, llegó a dormir en un ataúd. Hauer era holandés, lo que le otorgaba más crédito de descreimiento. Pero se le encasilló a ese replicante que interpretó uno de los monólogos más famosos del cine, el que recuerda que todos esos momentos se perderán como lágrimas bajo la lluvia. Ese modelo Nexus 6 de Blade Runner moría en el futurista 2019, el mismo año que nos ha dejado el actor de carne y hueso que vio rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser.

Otra profecía autocumplidora ha lamido sus heridas en el cambio climático. No había ventiladores al otro lado del Rin, ni nadie imaginaba que la capital de Alaska chapotease un verano de más de 30 grados. En Groenlandia, los perros de los trineos usan como tobilleras las aguas del deshielo. Puede no exista una mofa tan estúpida a la crecida de las aguas desde que los contemporáneos de Noé se descojonaban contemplando la construcción de su arca.

Pero el «te lo dije» recupera esta semana otra morbosa visitación. Los enésimos tiroteos indiscriminados en territorio estadounidense han vuelto a demostrar que las frustraciones son más estúpidas y más rotundas si se percute una semiautomática. La trajinada Segunda Enmienda norteamericana, que consagra el derecho a poseer armas, tiene 230 años, casi el doble que nuestra pérdida de Cuba y Filipinas. Salvo que nosotros nos conformamos con un concurso de habaneras, mientras que estos pistoleros de frenopático aún no han salido del duelo de OK Corral. ¿Por qué no reinterpretan también su destino manifiesto indicando que Dios, en el octavo día, creó las APP?

La debilidad es la que crea al monstruo. Y la era Trump ha jaleado el supremacismo, esa corriente que ha impulsado los asesinatos de El Paso. Se trata de intoxicar la mística de El Álamo para denigrar nuevamente lo hispano. Se ha ido quedando por el camino el misticismo del mestizaje. Cuán grandes son los intentos de este acomplejado hombre blanco de achicar la lectura del Steinbeck de Las uvas de la ira, ese dolor del hambre que no entendía de razas en los tiempos de la Gran Depresión. Esta Administración norteamericana quiere implantar un nacional proteccionismo a costa de una singular autarquía, que quiere aplicar más que nunca la ley del embudo a la riqueza de las naciones.

Y en esta simplificación terriblemente maniqueísta, el matiz es el peligro. Y el fanatismo, el nexo conductor que engarza ideologías antitéticas, que hace que se den la mano un yihadista y un forofo del Ku Klux Klan. En las matanzas de Dayton o El Paso, estos imberbes verdugos juran fidelidad al Fortnite y al Tío Sam, y pervierten a un Santiago Matamoros que ya no campa por tierras castellanas, sino que se enfunda unas polarizadas para deportar chicanos no más crucen el Río Grande.

Vivimos el morbo de invocar otra Paz Armada, líderes que insuflan su ego con el coqueteo del arsenal atómico. Se vuelven papel mojado los viejos pactos entre Reagan y Gorbachov, lo que vindica aquel estribillo de Polanski y el ardor, cuando te cuestionaba qué harías tú, en un ataque preventivo de la URSS. No. No me gustan las profecías autocumplidoras.

* Abogado