Carmen tiene nueve años. Lleva un vestido a rayas azules y blancas, calcetines de punto, zapatos de charol rojo y un lazo en el pelo con la forma de las orejas de Mickey. Es jueves por la noche, y Carmen se concentra en el tablero que tiene delante. Me mira con una expresión que conozco muy bien: sabe que las jugadas del otro son malas, pero ella, en ese momento, no sabe cómo castigarlas, y va a perder. Con una elegancia sobrecogedora, para el reloj y tiende la mano a su rival. Abandona. Ordena las piezas, informa a su madre, que la mira con orgullo salvaje; y busca la partida de su hermano, que juega varias mesas más arriba. Lo hace con disciplina, educación y conocimiento profundo de reglas no escritas. Será una niña, pero ya es ajedrecista.

Carmen no lo sabe, pero está jugando un torneo que lo está teniendo todo. El Club de Ajedrez Postal Cordobés lo organizó con la Asociación de Vecinos San José Obrero la semana pasada, con la idea de abrir el club -un clásico de la ciudad- a los aficionados y al barrio. Veinte pasos separan a Carmen de las partidas que decidirán el vencedor. La belleza del asunto es que Carmen no sabe que todos sus temores son exactamente los mismos que los de jugadores extraordinariamente fuertes. En la ronda 4 se cruzan Álvaro Rioboo y Bernardo César Maestre; el primero, un talento de orden nacional, hoy astrofísico; y el segundo, un chaval de catorce años que ya llama a la puerta del podio del campeonato de España. Gente muy buena, muy dura. Bernardo pone en serias dificultades a Rioboo, pero la partida produce un final de torres muy técnico y ahí Rioboo es intratable.

Pesos pesados a veinte pasos de Carmen: Antonio Campos, campeón provincial con conocimientos enciclopédicos. Álvarez, Ceballos, Ríos, Trujillo, Serrano, Rocamora. Gente que suma tal vez doscientos años de experiencia. Antes de entrar, hablando de la dificultad de jugar con grandes maestros, Rioboo me comenta que «es muy difícil no sobreanalizar». Puedes estar mejor, pero al final ves algún fantasma, o te bloquea el exceso de pensamiento. Esto es importante en ajedrez y en la vida, ¿saben? No se trata del potencial o los conocimientos. Se trata de tener una capacidad extraordinaria y ejecutar la solución bajo presión y en el momento crucial. Esta puntería es un atributo clásico del héroe: no importa ser incapaz de repetir la gesta y engordar hasta no caber en la armadura. Basta matar al dragón una vez.

El mundo de los niños es terrorífico. A los adultos nos encanta quitarles la razón e imponer nuestra ignorancia. Pero yo sé algo que Carmen no sabe todavía, y es que los adultos que están jugando con ella están aterrorizados. El corazón les vomita latidos fuera de tono. Y entonces se hace la luz, y se explica la adicción cerebral de todos estos niños, de estos jugadores superdotados. Mientras dura la partida, si quieren salir vivos, tienen que sentarse frente a una niña de nueve años, darle la mano y tratarla con una buena dosis de maldito respeto.

* Abogado