Por si alguien aún no se ha enterado, en noviembre habrá nuevas elecciones. Y aquí me hallo ante esta pregunta cansada de anteriores previsiones en las que acerté solo a medias -alguna- y erré con rotundidad -casi todas-. La reflexión que hoy quiero trasladarles es si estamos en un país, ante una sociedad, la nuestra, en la que los pactos son imposibles.

Ya hemos visto lamentablemente que una práctica tan extendida en otros países como es la mediación, aquí, si no ha fracasado, desde luego no ha cuajado. Como en las comunidades de propietarios nos peleamos por cosas impensables y hasta triunfa en horario de primetime una serie cuyo trasfondo son las peleas de los comuneros y de a quién eligen como presidente; la elección del delegado de clase provoca ampollas en estos primeros días de curso; y hasta para elegir al consejero o delegado de cualquier institución pública o privada, los puñales vuelan por la espalda. ¿Cómo quedar exento el Gobierno de la Nación?

Aquí nos gusta la guerra, porque nos gusta llevar razón, porque nos gusta imponer nuestro criterio, porque no nos gusta escuchar al que consideramos «el contrario», porque no nos gusta hacer concesiones, porque si hacemos esas concesiones creemos que estamos perdiendo fuerza y porque somos un país en donde el consenso y los pactos con quienes son diferentes nos hacen sentir estúpidamente inferiores. Díganme si no cuál es la explicación a una situación política como esta tan verdaderamente surrealista, una vez demostrado que pactar es absolutamente imposible.

La explicación: nuestra incapacidad natural de ver más allá de nuestro ombligo y estar dispuesto a ceder en pretensiones propias para conseguir objetivos comunes.

¿Y ahora qué?... Ni idea. Hay quien sostiene que en nuestro país, ante esa incapacidad, solo cabe ser blanco o negro como garantía de estabilidad.

Volveremos a ir a las urnas y vamos a tener que volver a decir por tercera vez lo que queremos cuando a estas alturas solo sabemos que lo que no queremos es este desgobierno de diputados cobrando sin hacer nada. Si volvemos a votar todos lo mismo, estaremos otra vez igual. Si cambiamos el voto, aunque sea con una pinza en la nariz, tendremos que sopesar dónde lo llevamos porque si todos lo cambiamos podemos encontrarnos en la paradoja de volver a estar igual. Y si se nos ocurre votar más creativamente dividiremos aún más el voto. Peor.

Hubo un tiempo en que había solo lentejas, luego podíamos elegir entre lentejas y el huevo frito con patatas y ahora tenemos demasiados platos donde elegir y, para colmo, casi todos estamos a dieta.

* Abogada