El clima se está volviendo impredecible, hay gran número de poblaciones donde el aire que respiramos --Córdoba incluida-- sobrepasa a menudo el nivel recomendable de gases contaminantes que perjudican directamente nuestra salud. A esto hay que añadirle que siga habiendo impunidad --e incluso alicientes-- para quienes queman bosques, contaminan ríos y mares, destruyen ecosistemas mediante la caza o la pesca... O que no apostemos urgentemente por energías limpias y renovables. ¿Qué tiene que ocurrir para que despertemos?

La preocupación por el clima y el estado de habitabilidad del planeta parecía ser una cosa etérea hace un par de décadas, a pesar de que tanto una vanguardia científica como los movimientos ecologistas vienen advirtiéndonos desde hace ya más de cuarenta años: Son nefastas las consecuencias de nuestra devastadora forma de vida bajo un sistema capitalista, depredador con las personas, los animales y el entorno.

Hay quien se ampara en el egoísmo: si yo no veré esas nefastas consecuencias, ¿para qué cambiar? Parece que no hay atisbo siquiera de solidaridad intergeneracional ni para con su propia descendencia en la minoría peligrosa que suponen las élites económicas que, más allá de políticos y titiriteros, son quienes manejan el cotarro aquí. Porque somos conscientes de esta realidad ¿no?

Mientras que los gobiernos a cualquier escala nos defienden las bondades del reciclaje, por otro lado no se abordan soluciones a nivel macro como reducir las emisiones estatales de gases de forma real y drástica. No me malinterpreten: apelo a la conciencia individual de todas para que cada cual ponga su grano de arena en reducir su huella ecológica el máximo, desde abandonar dietas con productos de origen animal hasta llevar el último taponcito de tetrabrick al contenedor de plásticos; pero es que, si atajar problemas desde lo individual es importante, buscar soluciones desde lo colectivo es fundamental.

La gente joven viene con fuerza a defender la habitabilidad de un planeta que ya le entregaron muy enfermo. Los feminismos, en su sabiduría, nos dicen que la revolución será ecofeminista o no será. Y no es solo un lema bonito: nuestra supervivencia como especie depende seriamente de ello. Precisamos de organización en las calles, convertirnos en guardianes de la vida, así, con mayúsculas, porque nos gobiernan auténticos jinetes del apocalipsis. Por eso hoy, 27 de septiembre, tenemos que ir a la huelga. Lo dejan claro los movimientos ecologistas anticapitalistas: hay que cambiar el sistema, no el clima.

* Diputada por Cordoba de Adelante Andalucía en el Parlamento Andaluz