Escuchar el discurso de Antonio Ruiz, ayer, en Los Desayunos de Diario CÓRDOBA, demuestra que, por mucho que parezca que ha cambiado la vida política e institucional en los últimos años, hay asuntos aparentemente inamovibles. Uno de ellos es la consideración de los ayuntamientos como los eternos menores de edad de las administraciones públicas españolas. El presidente de la Diputación de Córdoba, recién iniciado su segundo mandato, hizo en su exposición una reivindicación del municipalismo. Es lo que le corresponde, pues la misión de la Diputación es asistir a los ayuntamientos, especialmente a los de las poblaciones más pequeñas, pero el también secretario general del PSOE de Córdoba puede hablar de este asunto desde el más íntimo conocimiento, pues también es alcalde de Rute, y sabe lo que supone estar al frente de una institución a la que llegan todas las alegrías y todos los problemas de los vecinos, la impotencia de no poder hacer frente a situaciones difíciles, la satisfacción, también, de los logros alcanzados. Fracasos y éxitos están ahí, a diario, basta un paseo para sufrirlos o disfrutarlos. Por eso dice Ruiz, periodista reconvertido hace años en político, que el de alcalde es «el cargo más especial y bonito que se puede tener en política».

En el año del 40 aniversario de los ayuntamientos democráticos, Antonio Ruiz aprovechó para reivindicar el municipalismo, la cercanía a los ciudadanos, el papel de unos ayuntamientos a los que «todavía se nos tutela como si no fuésemos administraciones responsables». Es verdad que la regla de gasto a la que están sometidos, que los penaliza tanto si ahorran como si gastan en exceso, y la imposibilidad en según qué casos de disponer de su propio dinero son formas de control de la Administración central en cierto modo abusivas. Claro que habría que analizar de qué manera poner freno a alcaldes megalómanos, a los que tiran del dinero público como si no hubiera un mañana. Pero esto son probablemente excepciones. La realidad son unos ayuntamientos en los que desembarca todo problema leve o grave de sus vecinos, que en los años de la crisis han tenido que asumir competencias que no les correspondían porque tenían a sus puertas a personas que se habían quedado sin techo, a las que les habían cortado la luz, que no tenían para vestir a sus hijos o para alimentarlos. Y ya antes de estas situaciones dramáticas que todavía persisten estaba la realidad de unos ayuntamientos que asumían y asumían competencias sin que la financiación recibida aumentara. Por eso, las palabras de Antonio Ruiz recordaban a las que pronunció un alcalde de Córdoba, Herminio Trigo, ante una asamblea extraordinaria de la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) celebrada en 1993 en A Coruña: «Hemos sido chachas voluntariosas, pero ya no nos da el dinero ni para detergente. Esto es la rebelión de las chachas». La rebelión se produjo, pero han pasado más de dos décadas y la situación viene a ser la misma. Ahora tienen más dinero los ayuntamientos que entonces (aunque permítanme que dude de que antes no lo tuvieran en sus arcas; otra cosa es la deuda contraída), pero no más libertad para gastarlo, con el citado techo de gasto y la especial vigilancia al aumento de personal, que en algunos casos ha llevado a situaciones como la comentada falta de bomberos y policías.

El municipalismo sigue con la batalla que abrió hace tantos años, y ayer, en Los Desayunos, Antonio Ruiz dejó claro que el descontento de los ayuntamientos continúa. De todas las formas, hacen bien en quejarse los alcaldes y los presidentes de las diputaciones cuando reivindican más autonomía municipal.