El certificado de defunción de la legislatura nos muestra el estrepitoso fracaso de la clase política española, que ha hecho de la mediocridad y la provisionalidad su seña de identidad tras 4 elecciones generales en 4 años, y la falta de diálogo en los últimos 5 meses para alcanzar un acuerdo de investidura. Incapaces de anteponer los intereses generales de los ciudadanos -que cínicamente tanto pregonan-- a las estrategias del partido y los intereses personales que se alzan como la única prioridad. Claro que había mayorías en el Congreso, como lo demuestra la elección de la Presidencia y la Mesa del mismo. Lo que ha faltado ha sido altura de miras, generosidad, diálogo y alternativas. Nicolás Maquiavelo ya escribía en El Príncipe que no puede haber grandes dificultades donde abunda la buena voluntad.

Bochornoso resulta para la sociedad este secuestro de la democracia a la que la someten los partidos políticos desde hace años. En España se no se celebran referéndums para que los ciudadanos opinen sobre temas que les afectan, ni tampoco prosperan las iniciativas legislativas populares, ni hay listas abiertas en los comicios, ni se respeta la independencia de las instituciones que se utilizan al servicio de los intereses del partido. Se falsea así una democracia representativa en la que sobra la sociedad civil, donde los partidos sólo se representan a sí mismos, enrocados en sus golpes de efecto y sus piruetas de tramoyistas y trileros, en sus vetos y bloqueos con su «no es no». Agencias de colocación de afiliados y tránsfugas que no tienen otro oficio del que vivir, bajo la férrea disciplina del partido, tan lejos de un parlamentarismo menos bronco, sano y dialogante, pegado a la calle, en el que se dé cuenta del trabajo a cada circunscripción de electores. Viviendo de los tacticismos y las estrategias de la máquina propagandista, creando comisiones parlamentarias inútiles para repartirse dietas y sobresueldos, incluyendo a candidatos «cuneros» en provincias donde no tienen vinculo alguno, alcanzando acuerdos ocultos para taparse las vergüenzas de tesis plagiadas, titulaciones no cursadas o corrupciones recíprocas, o para comprar voluntades a cambio de traficar con la legalidad retirando recursos del Tribunal Constitucional, o desbordando el vaso colmado de las competencias autonómicas. Ya decía el autor florentino, hace cinco siglos, que la mala política no tiene relación con la moral: «es central saber disfrazar bien las cosas y ser maestro en el fingimiento».

El país se queda, otra vez más, sin solución para la España vaciada, sin alternativa a un sistema de pensiones inviable, sin acometer el imprescindible pacto por una educación estable y de calidad, sin acuerdos sobre la sostenibilidad de un sistema de prestaciones sociales básico para una sociedad inclusiva, sin procurar una alianza fuerte para la defensa de la Constitución y la integridad territorial frente al independentismo, sin las medidas que demandamos para impulsar la competitividad de nuestra economía y erradicar el desempleo, sin unos presupuestos o un modelo consensuado de gestión de las migraciones, entre otras muchas necesidades pendientes, dada la irresponsabilidad de quienes se presentaron ante nosotros para todo ello, que han preferido el fango del oportunismo sectarista y la eventualidad del sorpasso para arañar unos escaños más. Responsables políticos, que ya encabezan desde hace tiempo el listado de problemas y preocupaciones para los españoles según las encuestas del CIS, y ahora prefieren que los votantes repartan cartas de nuevo el próximo noviembre. Los mismos que han probado su ineptitud quieren ahora acreditarnos su pericia. En cualquier empresa seria y viable ya los habrían mandado a casa. Dado el hartazgo, estos días circulan los enlaces para darse de baja en el INE y que no te lleguen más envíos postales de propaganda mitinera, pagada con tu dinero, al buzón de tu vivienda. ¡El planeta te lo agradecerá!

* Abogado y mediador