Al final vamos a echarlas de menos. Ahora que las ecomeninas se habían convertido en la alegría de las cámaras de los viandantes, se nos van. Aunque no sin protagonizar toda clase de historias y de anécdotas. Les cuento una. Plaza de Jerónimo Páez, por la mañana. Tan apacible como siempre. Hora del café, o del running callejero, y ciudadano acompañado de un apacible mastín al que otro se le acerca y le pregunta si puede sacarse una foto con el perro. Ya se sabe que los cordobeses somos grandes amantes de los perros. Quienes promocionaban hace unos días, en las Tendillas, la Feria de Intercaza, con unas rehalas que diríanse evadidas de los lienzos de Mariano Aguayo, pueden atestiguar estas querencias fotográficas.

Ni que decir tiene que el dueño encantado. Lo que no sospechaba era lo que tenia in mente el fotógrafo que, ni corto ni perezoso, se lo llevó a la menina próxima a la fuente y lo dispuso para inmortalizarse los tres al mejor estilo velazqueño. Además, como la puerta del patio del Museo Arqueológico estaba abierta, el fondo contribuía aún más a evocar el lienzo del gran pintor sevillano. Los hay que parecen conocer bien sus detalles. Estuve por preguntarle, con cierta malicia, si sabía también el nombre del mastín sobre el que extiende su pierna el enano Nicolasito Pertusato cual Aznar en la cumbre del G-8 en Canadá, vanagloriándose de batir los récords de Bush en materia de footing.

Curiosamente la otra meninha (la palabra es de origen portugués) del lugar (está bien haberlas dispuesto de dos en dos haciendo justicia al cuadro ) miraba hacia la Casa del Judío, en vez de hacia su compañera, desaprovechando quedar enmarcada en uno de los entornos más clásicos del callejero urbano. Y no consta que Doña Agustina Sarmiento y Doña Isabel de Velasco se hubieran enfadado alguna vez. El azar tiene estas cosas. Por lo demás locales y visitantes han disfrutado encontrándoselas y posando con aquellas de su mayor agrado. Las verdiblancas de Joaquín (reinterpretadas como blanquiverdes) las coloristas de Agatha Ruiz de la Prada o las high style de Victorio y Lucchino por citar solo algunas. Y sobre todo identificándose con el mensaje de reciclado que sugieren con su forma. Quién le iba a decir a un humilde contenedor que iba a emparentar con la moda de la basquiña sobre el guardainfante. E incluso con Picasso y más tarde, con La Salita del Equipo Crónica, que hizo una reducción estilo pop icónica para cuantos empezábamos nuestra andadura universitaria en los años 70. Era casi imposible no encontrarse una réplica adornando la pared de cualquier habitación de un Colegio Mayor (eso sí, siempre en dura competencia con los posters del Ché, simplificando la legendaria foto de Korda).

A Francisco Umbral le pasaban las cosas de sus artículos cuando iba a comprar el pan. En mi caso fotografié la primera menina yendo a depositar papel y envases en el ecopunto cercano a mi casa. Comprendo que es menos poético, si bien convendrán conmigo en que resulta mucho más coherente con la circunstancia. Claro que en este septiembre también suceden cosas cuando, por ejemplo, uno está tan tranquilo regando las macetas de la terraza y de pronto se comienza a oír, en las proximidades, una ráfaga de piano que va in crescendo, pasa, y se diluye a la misma velocidad. A la segunda vez, ya sobre aviso, aparecía y reaparecía hace varios días el City Sightseeing cordobés «descapotable» con pianista al teclado compaginando, indesmayable, teclas y traqueteos. Notas al aire de Turina, Beethoven, Chopin y Schumann como aperitivo del FIP Guadalquivir y de los conciertos de su décimo aniversario. Ilustre antecesor suyo fue, y sigue siendo, el Jardin take away del Botánico que lleva en su techo todo un muestrario vegetal.

No deja de ser llamativo que la pieza de Schumann seleccionada (El Carnaval) se relacione con una curiosa historia que habla de la codificación de cuatro notas que, a modo de motivo recurrente, se combinan y recombinan, ocultando una serie de palabras (la obra se subtitula Escenas bonitas sobre cuatro notas). Un juego propuesto por el propio compositor. Pero, en tiempos electorales, lo de las claves ocultas en la música de un baile de máscaras se presta a ciertos paralelismos. Más aún viendo los títulos de algunas de las otras piezas seleccionadas como la Sonata Patética de Beethoven o las Danzas Fantásticas de Turina (con una farruca andaluza). Intenciones ocultas, caretas, patetismo, propuestas fantasiosas, farrucas... A mayor abundamiento los lucentinos no dudaron en desplazarse a la Magna --una pequeña maravilla-- para protagonizar un emotivo Miserere a las plantas de la bella imagen de su Nazareno que presidia la capilla de Villaviciosa. Miserere Nobis: Ten piedad de nosotros. Al hilo de estas «casualidades» quizá merezca la pena repasar las teorías de Jung sobre el inconsciente colectivo. (No confundir con posibles colectivos de inconscientes...).

* Periodista