Cuando la ciudad se echa a la calle para vestirse de feria, no hay Zaplana que la fastidie ni procés que la contenga. La actualidad se cuece a pie de albero, entre rebujitos y pimientos fritos, al son de música y baile. Los cordobeses hacen un paréntesis terapéutico en el ninguneo de sus sueños, en los retrasos infinitos de sus proyectos inacabados, en los desacuerdos calculados sobre un futuro incierto, siempre prometedor que nunca se hace presente. El Arenal se convierte en la ciudad de la alegría, en el oxígeno de nuestras cuitas, en inhibidor de nuestros males y sufrimientos, en la tierra prometida donde las victorias balompédicas se mudan en milagro, donde la calle del infierno es bastante más llevadera que un boletín de noticias, un pleno del Ayuntamiento o un tweet de Donald Trump. Es el espacio del encuentro, es el pretexto de los amigos en el que la gente acude sin noción del tiempo, rebelándose contra las urgencias cotidianas, a echar el día, la tarde, la noche o lo que encarte.

Para las hemerotecas quedarán las cifras económicas de un negocio efímero, los récords insaciables de ocupación hotelera, la afluencia de visitantes y el gasto medio diario por turista. Las temperaturas suaves, la recuperación institucional de recepciones que ya son precampaña, el enquistamiento de la botellona y el consumo de alcohol desmedido y sin cortapisas entre jóvenes a la vista de todos, el esfuerzo del transporte público y las necesarias medidas de seguridad.

Para los ciudadanos corrientes, además de los pies reventaos y la tortilla con quince tenedores, la feria pone colofón al desmayo cordobés con un roto tremendo en el bolsillo que solo sucumbe ante el carpe diem y el ¡que me quiten lo bailao! Y no todo son tópicos en la feria. La vida pasa también, con sus luces y sombras, entre farolillos y faralaes, entre vendedores ambulantes que malduermen en furgonetas, malcomen de sobras y malviven de baratijas en los bordillos de las aceras; entre feriantes que viajan sin tregua lejanos a sus familias, entre empleados de economía sumergida que nutren casetas para el holgorio de todos, entre intrahistorias de rupturas personales, gorrones, agravios y borracheras. Que cada uno cuenta de la feria, como le va en ella.

Entra en el tramo final esta manifestación de diversión dedicada a Nuestra Señora de la Salud, muestra antigua del ganado donde nunca perdemos, con el sello de popular y abierta, con sus casetas espaciosas y ruidosas atracciones donde la urbe enjuta y pudorosa desinhibe su recatamiento, epílogo adelantado a la primavera cordobesa, en el que la ciudad se cuelga el catavinos para embriagarse de sol mientras le hace la peseta a su destino. ¡Nos tomamos la penúltima, y nos vamos!

* Abogado y mediador