En verano leemos más. Al hacer la maleta, lo primero que metemos son unos libros, ¿verdad? ¿Qué es esa playa atestada de sombrillas y cuerpos semidesnudos que se tuestan indolentes y ociosos al sol en comparación con esas páginas donde se nos describen otras playas y otros mares y ocurren las más interesantes historias? En la lectura…

«Pues mire, usted, -me cortó Jacinta el artículo en ciernes, feliz de volver a parlotear en su puesto de verduras-- yo el año pasado me llevé novelas de aventuras que ocurrían en el mar y me deprimieron. Una trataba de ese viejo pescador que salía en su barca soñando con un gran pez que le devolviera el vigor de la juventud, pesca un enorme tiburón, lo ata a la embarcación y, en la travesía de la vuelta, nada puede hacer para evitar que lo devoren otros tiburones y aparezca en la playa con el mondado esqueleto. Otra contaba la historia de una familia pobre de pescadores de perlas en una isla paradisiaca del Pacífico que encuentra una de gran valor, pero que, lejos de poder pagar con su venta la cura a su hijo, picado por un alacrán, desata la envidia y la violencia en la antes pacífica aldea: al hijo lo matan y Kino, el padre, devuelve la perla al mar. De lo más triste. La otra… a ver… sí, era esa de un marino que se enajena con una enorme ballena, que le había dejado cojo en un enfrentamiento anterior, y la persigue por todo el océano hasta ser destruido, en la lucha, barco y tripulación… Demasiado larga y de oscuro fondo religioso. Seguro que las ha leído. Pues un día de estas lecturas apareció en la playa una patera, por Trafalgar estábamos, y vomitó el horror de la desesperación inmigrante en vivo y en directo. ¡Qué tragedia! Unos saltaban llorando y otros corrían asustados. A una se le cayó el bebé al agua y… Paso página por no llorar».

«Este año he cambiado y he ido ligera de equipaje a una casa rural. ¿Ha leído El reino ignorado, del botánico David J. Jara? ¿Sabe que las plantas ven, recuerdan, se defienden, se asocian con otras plantas, se camuflan, ‘gritan’? Algunos árboles pueden vivir más de mil años. Es fascinante. Le recomiendo su lectura. Son inteligentes las plantas: este tomate está diciendo ¡cómeme!». Y Jacinta soltó una risotada, fresca como la albahaca, y continuó pesando los tomates pedidos: «Mi marido, el torpe, se llevó La jungla, de un tal Sinclair, una novela escrita en 1903, donde se relata la vida en los mataderos de Chicago, pero que mi marido dice que es lo mismito que pasa hoy: la porquería que no meten en la carne, y unos y otros devorándose como en la jungla. De aquí vendrá eso de que América aparece por fuera un pastel de miel, pero por dentro es un matadero. El pobre mío resoplaba indignado en cada página donde el sistema trituraba a los trabajadores sin darle un respiro. ¡Qué tragedia la de la familia del inmigrante lituano Jurgis, qué injusticia!, se quejaba al borde de las lágrimas. No se puede hacer usted una idea de lo mal que lo pasó. No seré yo quien la lea. Como usted le mencione una hamburguesa, te pega». Y esta vez fui yo quien soltó la risotada, y ella me despidió: «Bueno, aquí lleva los tomates. Otro día seguimos hablando y me cuenta lo que usted ha leído este verano».

* Comentarista político