Recuperaremos la normalidad rápidamente, como suele ocurrir siempre. Ayer leí que en Italia están bajando los índices de audiencia de los noticiarios. Tal vez algunas personas piensen que se debe a que la gente no puede soportar más dolor y más pena, pero yo creo que se debe a que no hay noticias nuevas. Yo misma, adicta a los periódicos y a las noticias, entro cada mañana a las 12 en el diario, busco el número de muertos y lo vuelvo a cerrar. No hay nada más que decir sobre el coronavirus. Ahora solo hay que esperar a que pase. Los primeros días, cuando hablábamos por teléfono con nuestros familiares o cuando nos encontrábamos con nuestros vecinos por la calle al ir a comprar víveres, teníamos preguntas apremiantes: «¿Cómo estáis?», «¿Cómo lo llevas?», «¿Qué tal tus padres?». Ya no. El tema del coronavirus ha envejecido a la velocidad de la luz. Ahora la mayoría de nosotros tenemos a uno o dos conocidos (amigos, familiares, personas queridas) en la UCI, no hablamos de ello por pudor, para no angustiar a los niños y porque somos unos animales de extraordinaria resiliencia.

Mi hijo pequeño sube y baja las escaleras de casa un millón de veces al día para hacer ejercicio, el mayor se viste como para ir al gimnasio y le oigo dar saltos por su habitación, yo practico yoga. Hemos empezado a cocinar platos nuevos, algunos han sido un fracaso, pero otros sobrevivirán al coronavirus. ¿Recordaremos dentro de unos años que empezamos a cocinarlos en este preciso momento? Mantenemos la casa limpia pero no nos hemos obsesionado. Hay menos ropa que lavar. Cuando uno de nosotros regresa de la calle, le preguntamos: «¿Has visto a alguien?» El otro día mi hijo mayor bajó al jardín de la entrada a recoger los diarios desperdigados de los vecinos que siguen llegando a pesar de que ellos por razones de salud pasan la cuarentena a la montaña. Siento un profundo agradecimiento por lo que tenemos, nuestra vida se ha quedado en los huesos y sin embargo sigue siendo plena. El mundo se ha detenido, pero nosotros, los individuos que lo conformamos, no. La vida sigue, esto no es una interrupción, es una continuación. Me he hecho amiga de la panadera, charlamos cada día, se lamenta un poco de la crispación de algunos clientes. Tiene razón, los cretinos hoy son más cretinos que nunca. Cada uno ha tenido que improvisar su propia arca de Noé, en ella hemos metido todo lo que somos. Llegaremos a tierra firme, siempre se llega. De nosotros depende qué mercancías se queden a bordo y cuáles desembarquen.

* Escritora