Pablo García Baena tenía cándida devoción y admiración por esos tres árboles, cuyos poemas aparecen publicados en su póstumo libro titulado Claroscuro.

Pablo era contemplativo auténtico, contento de vivir y de dejar vivir, y se dedicaba a mirar dejando su mente vacía. En tiempo de luna nueva con toda seguridad era erudito, además de poeta, tras contemplar cielos y tierra. Tres árboles y la naturaleza generosa le concedieron genio creativo para contar sus bellezas. Al contemplar esos tres árboles disfruta con su propia paz y por ese modo de entender la vida hizo de la tierra un cielo.

Mi amistad con Pablo la inició Araucaria. Leyó el poema en la Delegación de Cultura en agradable tarde y al iniciar el coloquio alcé la voz y dije «Pablo, yo sé dónde está ese árbol». Me respondió: «¿Dónde?». Más allá de la Residencia Miramar, le repliqué. «Pasados los Mayte, antes de Torrequebrada, tras el cuartel de la Guardia Civil costera». No actúe a modo de detective sino que su modo de dignificar aquel árbol me lo recordaba, grabado en mi memoria, tras los paseos vespertinos por aquellos lares en Benalmádena Costa.

El poema Ombú, árbol pampeano que allí plantó Bolín cuando alcalde, era enano y sin vocación de futuro pero la continuada humedad marina lo hizo crecer como si viviera en la Pampa Húmeda tal diosa, año tras año, hasta enseñorear sus raíces como belleza que Pablo acariciaba con devoción y donura. Fui mendigándole, verano tras verano, en los encuentros vespertinos que aquel árbol lloraba por un poema. Me solicitó que indagase su nombre y lo hice en la Delegación de Jardines del pueblo. Tres años más tarde y tras conocer que el árbol se denomina Ombú, en agosto de 2016 me llamó a Balmoral, su residencia, y me dijo: «Toma y lee en voz alta».

Quedé suspendido al observar que el poema había sido dedicado a mi insistencia. Jamás olvido tanta generosidad por parte del poeta. Hoy su poema está alzado, junto al mar, en espera de la aparición de Alfonsina Storni. En alguno de los paseos me hizo una confidencia. Quería cerrar una especie de triduo a esos tres árboles: Araucaria, Ombú y Sicomoro.

Una tarde le pregunté sobre el poema al Sicomoro. Pablo estaba desconsolado porque un familiar indirecto le había comentado que el árbol, junto al Hospital de Cruz Roja en Córdoba, era Cinamomo y no Sicomoro.

Grande fue mi sorpresa cuando en otoño pasado Luis Ortiz, su sobrino, me remitió el poema que iba a conformar la Trinidad de excelsos árboles. Imputa el poeta a cinamomo el error de confundirlo con sicomoro a cuya copa subió Zaqueo en domingo de Ramos en escenario almenado o quizás la confusión se deba a la canción de Elia Fitzgerald Dream a little dream for me que en parte de su letra reza así: «Birds singing in the sycomoro trees».

Pablo era un gran trabajador y genio irrepetible. Siempre me dije que sus poemas son a modo de adivinanzas porque en esos tres hay sorpresas, insinuaciones e íntimos recuerdos. En Araucaria acude a Leonardo da Vinci, en Ombú a Alfonsina Storni y en Cinamomo a Elia Fitzgerald por su canción Dream a little Dream for me.

Esta Trinidad de poemas póstumos aparece en Claroscuro, editados por José Infante y Rafael Inglada en Pre-Textos.