Abro la ventana por si son imaginaciones de mi corazón desasistido; el tiempo me va plegando en su melancolía. No sé cuánto hace que no oigo los pájaros del amanecer. ¿No habéis reparado en ese silencio en el que ahora se despiertan los días? Es otro silencio con el que nuestra Madre Tierra nos dice que se muere. Ya sé que son tristes estas palabras, pero las veo en esos incendios llenos de ira, en estas lluvias cargadas de desesperación y en tantas almas desorientadas bajo una soledad que no pueden expresar. ¿Despertaremos antes de que ese silencio madure sin remisión? Hasta hace unos años los pájaros me llevaban a su alegría, y por muy larga y solitaria que hubiese sido la noche, me aliviaban y me restauraban la esperanza. Primero cantaba la alondra, y yo sabía que ya iba de vuelta la madrugada. Luego, en la misma raya de la aurora, trisaban las golondrinas. Ellas me aseguraban que sí, que de nuevo había triunfado la luz sobre la oscuridad y que la vida renovaba su esperanza en el mundo, y el mundo volvía a ser limpio e inocente. Era la hora en la que se recogían las sombras de los malos corazones y despertaba el mirar de los niños, cuando el sol penetraba en sus cuartos tibios e iluminaba la repisa de los juguetes y las sonrisas de los muñecos. Alborada, alba, aurora, amanecer... Y los gorriones, por fin, bajaban a las calles con la claridad de tantos colores renacidos: brillos verdes en los naranjos, blancos en los jazmines, rosas en los geranios; destellos en los cristales de las ventanas y en el borbotar de las fuentes, alegrías en los ojos infantiles que iban a la escuela y en las voces de los pregones: el pan, las piñas, el afilador. ¿Dónde están aquellos pájaros del alba que estremecían la vida, aquellos trinos entre las nieblas de noviembre o los tejados de junio? ¿Quién se llevó aquellos pájaros humildes que venían de los campos? ¿Quién nos deja abandonados en este silencio desierto? Tenemos que abrir más llenos los árboles y el trigo para recuperar la esperanza y que regresen nuevos retoños en nuevos nidos. ¿Os imagináis que un día un niño preguntase qué es una paloma? Tenemos que salvar nuestra Madre Tierra, porque es salvar a nuestros hijos. Ella no puede apagarse en esta tristeza desolada con la que nos mira agonizando.

* Escritor