E n el transcurso de un año, de junio de 2009 a junio de 2010, el periódico Corriere della Sera hizo llegar al cardenal Carlo María Martini, jesuita, una de las personas con más autoridad en la Iglesia, una serie de cartas en las que se le planteaban cuestiones diversas. Su lema episcopal rezaba así: «Estar dispuesto a amar las adversidades para servir a la verdad». Y con este espíritu, Martini fue ofreciendo sus respuestas a las preguntas más comprometidas. Con un estilo coloquial y una argumentación tranquila y aparentemente sencilla, las palabras de Martini tocaban las cuerdas más profundas del corazón de todos, estimulando las interrogantes, el sentido crítico y la reflexión. Ya estaban sobre el tapete los temas de la pederastia y de la violencia sexual, que les fueron planteados al cardenal con toda crudeza: «Eminencia, la Iglesia se está muriendo. Una institución que, por su misma naturaleza, es inmutable no puede resistir los cambios acaecidos en el último siglo y en los últimos años. El progreso científico, el cambio de las costumbres y del modo de pensar a raíz de la difusión de internet, todo ello ha llevado a un resquebrajamiento del control que hasta ahora ha ejercido la Iglesia católica. Dentro de unos cientos de años se reirán de nosotros por haber creído en las historias que nos cuenta la Biblia. Querido cardenal, ¿es verdad que usted, impresionado por los escándalos de la violencia y los abusos sexuales a menores, sería partidario de abolir el celibato obligatorio de los sacerdotes? ¿Cómo ha podido suceder todo esto?». Martini va respondiendo a todas las cuestiones. Resumo sus respuestas, en diez mensajes concretos. «Primero, son pocas las cosas que podemos decir ante una maraña tan enredada y el fragor de los medios de comunicación. De todas formas, es de agradecer que la sociedad exija que se clarifiquen estos hechos delictivos y que las víctimas tengan la valentía de denunciarlos si son ciertos, porque también es cierto que se han presentado denuncias que posteriormente han resultado ser falsas. Segundo, todos nos preguntamos en la Iglesia cómo es posible que hayan ocurrido estos hechos que han devastado la vida de los más pequeños entre los pequeños. Tercero, de todas formas, esperemos que esta humillación pública de la Iglesia sirva para que tanto los pastores como los fieles presenten más atención y sean más sensibles. Las palabras del evangelio son tajantes: «Es inevitable que haya escándalos, pero ¡ay del que los provoca!». Cuarto, estamos superando una tradición de silencio y de «boca cerrada». Compartimos con el Papa esta humillación. Quinto, es muy positivo que la sociedad dé la voz de alarma ante estos delitos. Sexto, actualmente en la formación del clero se pone mucho interés en descubrir las características psicosomáticas de los individuos que podrían desarrollar esta compulsión en el futuro. Séptimo, habría que vigilar más lo que se dice o se visualiza en los medios de comunicación. Octavo, sería injusta una visión reduccionista de los problemas, olvidando la inmensa realidad de los sacerdotes, religiosos y fieles seriamente comprometidos con el evangelio. Noveno, de nosotros depende el futuro de la Iglesia, es decir, si queremos una Iglesia de los pobres o de los poderosos. Décimo, que la Iglesia humillada encuentre fuerza para resurgir”.

La apretada síntesis no recoge respuestas más amplias del cardenal pero, con su visión, orienta presentes y futuros.

* Sacerdote y periodista