La agencia de noticias informa de que este fin de semana el puerto de Valencia recibe en sucesivos atraques escalonados en el tiempo a los más de 600 refugiados africanos que Italia se negó a acoger. Así expuesto, parece que se trata de uno más de los barcos, barcazas y botes de desesperados que se echan al mar desde las costas africanas para alcanzar Europa. Pero el Aquarius se han convertido en símbolo de la división que también sufre la Unión Europea a causa de las migraciones.

Este episodio no es nuevo. El sur de Europa, a través de España, primero, y después llegando a todos los países mediterráneos, lleva un cuarto de siglo recibiendo masivas migraciones de ilegales africanos y, más recientemente, de asiáticos que huyen de las guerras de Oriente Medio. La presión ha sido agobiante por momentos: centenares de cayucos en la primera década del presente siglo abordando las costas españolas, o desbandadas de desheredados sobre Italia, Grecia y Turquía que se producen cuando revienta Libia y explota Siria.

Estas migraciones de refugiados y desheredados, que despiertan grandes sentimientos solidarios y llaman a ayudar a los mejores ciudadanos de Europa, sin embargo, son recibidas por la mayoría como una amenaza (la pobreza da miedo) que capitaliza el bruto para hacer crecer entre nosotros la xenofobia que va trasformando la conciencia europea en un muro.

El populismo derechista, cuando no fascista, crece y se arropa con el manto emocional del nacionalismo.

El debate que genera el Aquarius nos desvela a la perfección casi todo: el nuevo gobierno de Italia cierra sus puertos a los desesperados reforzando así la posición de los países más feroces como Hungría, Eslovaquia o Polonia, e incendia la política alemana (Merkel a tortas con sus aliados históricos de Baviera y otros) Austria, Chequia, Francia... y, en general, de todos los países de Europa.Porque lo cierto es que ni Europa ni cualquier otro poder en el mundo, por enorme que sea, tiene respuesta para las grandes avalanchas humanas. Y África y el oriente musulmán, que se despedaza en guerras, lo son. El ministro de Exteriores, Josep Borrell, ha alertado de lo que se nos viene encima en las primeras horas de su mandato: «O ayudamos a África a que se desarrolle, cree empresas y empleo masivo, o Europa no podrá soportar la presión de tanta hambre».

Hace varios años que la diplomacia europea viaja a las grandes capitales políticas africanas en busca de acuerdos con sus autoridades que ayuden a detener la invasión humana. Pero no basta con la ayuda humanitaria urgente o el parche de las sacrificadas oenegés. Es la hora de la inversión y la empresa. El socorro de la ONU, a través de sus grandes agencias, o el Banco Mundial no basta, y menos aún la acción canalla del capitalismo depredador neocolonialista que aplican en el continente países como China y otros.

España recibe a las familias del Aquarius y los medios de comunicación pueden confundirnos al tratar con sensacionalismo este episodio, que también es el gesto del gobierno español que mejor diferencia de las actuales autoridades italianas. Pero se trata solo de un barco. A diario llegan centenares de migrantes o refugiados a las costas europeas: casi 30.000 solo en España en el año 2017, el doble que 2016. Pero el problema principal no es el esfuerzo económico y humano de su acogida y encaminarles hacia su integración en nuestras naciones, sino el debate corrosivo que crece en Europa con la coartada de su llegada constante. Quizás sea este el encargo más difícil que la historia reciente hace a Europa.

* Periodista