La cuestión catalana es tan embrollada e irritante que, para medio entenderla, hay que reflexionar sobre la misma con extrema claridad de juicio y sin mezclar las ideas y los aconteceres. Eso es lo que pretendemos con estos 8 apuntes.

1. Tras la inverosímil consulta del 1-O, Felipe VI pronunció un mensaje institucional que, con distintas palabras, decía lo mismo que su padre la madrugada del 24-F. En aquellos momentos, por asociación de ideas, pensamos que en Cataluña habían dado un golpe de Estado, aunque el suceso, precedido por varias desobediencias parlamentarias y, como dice la Constitución, «atentados graves al interés general de España», no tuviera la menor equivalencia, el más pequeño parecido con Tejero entrando en el Congreso pistola en mano; los tanques en las calles de Valencia; la soberanía nacional y el gobierno violentamente secuestrados a punta de metralleta; la toma militar de TVE, etc.

2. El independentismo catalán estaba --y sigue en sus trece-- practicando una constante provocación estéril que, a veces, es pura farfolla. Verbigracia: remedar el discurso del Rey, repudiarlo y quemar su fotografía; desoír por sistema al Tribunal Constitucional, lucir lazadas amarillas, guerrear con las banderas, chancearse del Estado español y protagonizar unos acontecimientos que parecen extraídos del teatro del absurdo que instaurara Ionesco. Todo, adobado con una elemental violencia subterránea, disfrazada de pacifismo por sus autores, a los que se les está yendo de las manos la situación, en cuyo origen próximo se halla la crisis occidental, atribuida por el nacionalismo catalán a que «España nos roba». Sin olvidar, igualmente, algunos errores gubernamentales de bulto, como acudir al Constitucional para que anulase artículos del Estatut que tenían una redacción idéntica a la que, sin recurrirlos, permanecen en la norma fundamental andaluza.

3. Se nos hace muy cuesta arriba aceptar que las resoluciones judiciales sobre los huidos del territorio español, pronunciadas en Bélgica, Alemania o Escocia sean la consecuencia de esas conjuras judeomasónicas, a las que tantas veces recurrió el franquismo. ¿No será que en esos países, y sobre todo en Alemania, se piensa que las vulneraciones y los desafíos nacionalistas se resuelven por la vía constitucional, suspendiendo, si es menester, la autonomía de los entes federales que se salgan del tiesto legal, sin necesidad de acudir a métodos más drásticos?

4. Es probable que el Puigdemont de la calculada insolencia tenga por seguro que se internacionalizará el conflicto, pues los procesos por rebelión podrán conocerse en órganos jurisdiccionales europeos que, en más de una ocasión --aunque en otras materias--, nos han dado palmetazos importantes.

5. Como los nacionalismos clásicos --para Stefan Zweig «la peor de todas las pestes»-- suelen tener raíces burguesas, buscar alianzas con los extremismos ácratas, populistas y antisistema es un error de magnitud garrafal que siempre, como ya se está comprobando, resulta un arma arrojadiza que produce el efecto bumerán de dificilísimo y lento remedio.

6. Mientras tengamos en la Constitución el artº 155 --idéntico al existente en la Ley Fundamental de Bonn--, que otorga al Estado la facultad de suspender prudentemente la descentralización administrativa de una Comunidad autónoma, cualquier acción independentista naufragará. Tampoco podrá superar la quimera de constituirse en un nuevo país europeo mientras un solo miembro de la Unión pueda vetar el ingreso de nuevos Estados.

7. Siempre sin saltarse la legalidad constitucional, sería esclarecedor poder hacer una consulta popular exigiendo una mayoría cualificada, como la necesaria para aprobar leyes orgánicas. Y, sobre todo, que las preguntas fuesen dos: «¿Quiere que Cataluña sea independiente?»; y la otra: «¿Quiere que Cataluña sea independiente fuera de la Unión Europea?». Una pareja de interrogaciones necesarias, pues si los soberanistas desean saber la respuesta a la primera, la restante ciudadanía querríamos conocer la segunda contestación..

8. No debemos preocuparnos por un independentismo que ya es, por mucho que aireen el éxito, una pifia más en la arga cadena de fiascos soberanos, que van desde los tiempos del Conde Duque de Olivares hasta Maciá y Companys, pasando por la versatilidad de Casanova en la época de Felipe V. Lo que sí debe preocuparnos, por solidaridad nacional, es la enorme fractura social que se ha producido en Cataluña y que ocasiona los mayores daños a ella misma. De ahí que el diálogo, dentro de las normas, se acabará imponiendo por ser, además de un imperativo categórico, una obra de misericordia civil.

* Escritor