Vivimos con apego y sin apego, entre la esclavitud y la cordura con nuestra piel de afectos cosida noblemente. Aunque también, a veces, el apego nos llega con su dosis de manipulación, de un chantaje emocional si alguien no es capaz de salir adelante por sí mismo y tiene que lastrar a los demás, como un fardo pegado a la garganta que termina quemando al personal. Es lo que sucede con las protagonistas de Apego, la inteligente y sutil tragicomedia costarricense dirigida con maestría honda por Patricia Velásquez. Ana, una mujer divorciada -incomprensiblemente, si pensamos en las razones del marido: la actriz que la interpreta, Kattia González, llena la pantalla en cada parpadeo silencioso, es ligera hermosura de fragilidad y fuerza-, es una arquitecta de rectitud brillante, una joven mujer con talento y bondad. Tiene dos hijas y una madre que vive colgada de su brazo, que con el pretexto del cariño --el apego-- es su asfixia interior. Entre el exmarido frívolo, la madre que apenas ejerce de abuela salvo lo imprescindible y el padre solitario, loco y egoísta, derrotado por una vida a la que no ha sabido marcar con el fuego limpio de sus sueños, mientras canta en la eterna compasión de sí mismo, Ana siente que todo aquello que ama la está hundiendo en la huella de lo que podría ser. Porque el apego salva, es alianza; pero también condena, como en el gran libro de poemas de Claudio Rodríguez. A la extraordinaria, vulnerable y volcánica --pero un volcán apenas contenido, en letargo despierto-- Kattia González se unen grandes actores: Teresita Reyes, Leonardo Perucci, Luis Carballo o Janko Navarro, con la aparición dorada de Álvaro Marenco en un baile final que es una Dolce Vita del espíritu. Las imágenes limpian el jardín del pasado cuando la belleza se despierta desnuda en la piscina. San José se ve hermosa en esta cinta que habla de familias descompuestas por el dulce chantaje del apego y de mujeres jóvenes que vuelan a otro país para salvarse.

*Escritor