Recuerdo a mi abuelo sentado en el sillón de casa con un libro entre las manos. Así todos los días. Leía casi un libro diario. Quizá es cosa de los jubilados, que tienen un especial empeño por rellenar su tiempo. Pero no, mi abuelo hacía eso desde que era joven; y no porque fuera un pedante o por simple postureo. Ahora me cuesta ver a alguien que no esté con el móvil entre las manos. No querría achacar nada a la tecnología, pero la verdad es que nos ha cambiado a todos. No concebimos el tiempo libre fuera de internet. Y hablo desde la experiencia propia, el maldito Instagram ha chupado más horas de mi vida que cualquier libro que haya leído. Cuando no logramos palpar el teléfono en nuestro pantalón, nos suben las pulsaciones.

Se ha normalizado esa dependencia, pero yo invito a todos a reflexionar. Y no es la típica exageración distópica de Black mirror, es algo real con lo que seguro se siente identificado. Asusta ver el tiempo perdido. Piense con quién ha pasado más tiempo este mes. ¿Con el móvil entre las manos o con su familia? Asusta. Ahora nos concentramos menos, nos cuesta estar ante un libro más de 15 minutos seguidos, incluso ante una película sin explosiones y muchos tiros. Yo, que soy universitario, lo veo todos los días a la hora de estudiar: cada vez me cuesta más quedarme sentado sin mirar el móvil. Y me molesta no poder ser libre en ese aspecto. Así que lo he dejado. Como quien deja de fumar, he decidido aparcar el teléfono en un cajón y ya llevo leídos dos libros. Y no soy ningún jubilado.

<b>Borja Hernández. Estudiante</b>

Pamplona