Registros de temperaturas cada vez más elevadas, lluvias torrenciales en el norte de Europa e icebergs que se rompen en la Antártida. Cada vez hay más evidencias del cambio climático, tanto a nivel local como mundial. Tanto es así que los geólogos han denominado la nueva era geológica Antropoceno, palabra que indica el impacto de la raza humana en la alteración de los procesos naturales de la tierra.

El problema del cambio climático es que presenta unas características que requieren una manera de pensar y de vivir en la que mayoritariamente no estamos acostumbrados. En este caso, es muy adecuada la frase de Einstein: «No podemos resolver nuestros problemas con el mismo pensamiento que utilizamos para crearlos». Vemos por qué.

En primer lugar, el problema no nos parece ni inmediato ni cercano. A pesar del calor y los episodios de sequía que vivimos, es difícil reaccionar si lo comparamos con las bofetadas del terrorismo, la crisis económica como la que se ha vivido en los últimos años o las listas de espera de la sanidad. Mantener un espacio individual y social abierto para este tema requiere una profunda convicción y un pensamiento enfocado al largo plazo, a generaciones futuras. La tendencia natural de todos nosotros es velar por la supervivencia y mejora a corto y medio plazo, tanto a nivel individual, como de empresa, como de país. La capacidad de mantener simultáneamente la vista puesta en el corto y el largo plazo es la habilidad a desarrollar.

En segundo lugar, es un problema de alcance mundial. La atmósfera y el agua no conocen las fronteras. No será suficiente si algunos países toman medidas y otras no. Las negociaciones de los acuerdos y protocolos son largas por los intereses nacionales y, además, a nivel intranacional también están los intereses partidistas. El ejemplo más claro se encuentra en Estados Unidos, donde sorprende que ante el amplio consenso científico, todavía se encuentre espacio político para cuestionar su existencia. Solo hay que ver las intenciones de la administración Trump de salir del acuerdo de París suscrito por su predecesor.

En tercer lugar, el sistema económico actual, con toda la riqueza y bienestar que ha aportado el globalmente a la humanidad, está en la base del problema. Modelar o modificar este sistema es muy complejo. Sin desmerecer los esfuerzos individuales para reciclar, reaprovechar y reducir, no se llegará a ninguna parte sin una apuesta valiente por parte de empresas y gobiernos, por este orden. Existe una línea de pensamiento económico que confía en que cuando los problemas sean más serios, la misma dinámica de mercado y las oportunidades de nuevos negocios aliviarán el problema. Por ahora, no parece que esta reacción tenga suficiente celeridad en comparación con el ritmo geológico. Actualmente, la mayoría de medidas empresariales y políticas son de carácter paliativo, destinadas a hacer menos malo el problema, a retrasarlo, pero en ningún caso a detenerlo o revertirlo.

Actualmente, el Mediterráneo es uno de los mares más contaminados del mundo, con residuos medibles que van desde el plástico al Ibuprofeno. A estas alturas, se hace difícil imaginar en qué playa veranearán nuestros tataranietos y tataranietas, mientras nosotros criamos malvas. Esto es, si estas plantas aún no se han extinguido.

* Profesora de Universidad