Antonio Gala ha sido una creencia. Ahora vive retirado en su cuartel de invierno, entre su Fundación para Jóvenes Creadores y su finca malagueña de La Baltasara, porque se ha ganado el derecho al descanso. Pero mientras estuvo en la fiebre eléctrica de voz, como dramaturgo y novelista, la gente no solo admiraba a Antonio Gala, sino que creía en él. Cuando era designado el hombre más elegante de España no se estaba premiando su estilo únicamente, sino el cuerpo social de una escritura. Daba su opinión diaria y semanal --porque conjugaba la breve Tronera diaria, demoledora a veces o interior, como un escalpelo minucioso, y la reflexión honda y reposada del domingo-- sobre todo lo habido y por haber, y los lectores sabían que ahí había un hombre que se había puesto el mundo por montera, que ahí había un hombre con su verdad por delante. Fueron muchos asuntos lanzados al océano de su pulso sonoro: Andalucía como respiración, con una ilustración silenciosa y segura de sí misma, sabia en su linaje arábigo andaluz; el deseo de libertad cívica para todos; esa preocupación por los jóvenes que han de descubrirse en el espejo, a los que dedicó sus bellas Cartas a los herederos; la sensualidad de los placeres como exaltación de vivir; la liberación real de la mujer hacia una definitiva plenitud, esa reconstrucción de los cuerpos privados de su carnalidad; la indignación frente al poder y sus componendas abusivas; el diálogo con los animales, especialmente con los perros, como una introspección que nos conduce hacia lo más profundo de nosotros... En todos estos temas, como en muchos otros, Antonio Gala tuvo fuerza inaugural, fue un pionero incisivo del idioma como látigo, con su fuego sonoro, entre el cultismo gongorino y el lenguaraz descaro de la calle: porque la prosa de Antonio tiene oído, es una prosa que escucha y sabe oír, que ha encontrado en su música una dicción propia del lenguaje, entre el intimismo embelesado y la aspereza bronca, con la palabra cierta, que grita su verdad.

Antonio Gala también fue el primer escritor español que entendió los códigos de la televisión, cuando era la única y definitiva plataforma ante el público. No solo en las recordadas series --y fantásticas: he vuelto a ver varios episodios y siguen manteniendo la tensión entre la evocación historicista de sobrio corte lírico y el atractivo visual-- Paisaje con figuras y Si las piedras hablaran, sino también en las veinticinco entrevistas que le hizo Jesús Quintero. Pero entonces la televisión era otra y uno podía esperar encenderla una noche encontrando a dos hombres fumándose un pitillo y hablando de la vida, dos hombres que hablaban no a la cámara, sino a la verdad de ellos mismos, dos hombres con los que te gustaría tomarte un gin-tonic y contarles una versión propia del dolor y la fiesta de vivir. Ése ha sido también uno de los secretos de su literatura: nunca ha sido algo del todo terminado, sino el inicio de una conversación con el lector. Sucedía con su teatro, pero sucedía especialmente con sus guiones televisivos, con sus artículos y con su poesía: ahí había un escritor que te estaba interpelando no solamente desde un relato propio, sino desde la posibilidad de una conversación que se quedaba abierta, que se continuaba en tu lectura, y también más allá. Quizá por eso Antonio vendió tanto: porque te acompañaba, porque de alguna forma era un escritor contra la soledad. Una soledad que ha sido crucial, definitiva, en su propia forma de escribir y vivir. Lo dijo en una entrevista, hace unos años: «Estoy solo porque yo lo he querido». Desde esa integridad puede rastrearse el resto de su obra, desde el primer Enemigo íntimo, en Adonáis, hasta El manuscrito carmesí.

Ahora Córdoba le dedica una Semana Gala, entre el Ayuntamiento y la Consejería de Cultura de la Junta. Córdoba le debe a Antonio Gala su restauración de un escenario mítico, esa puesta en pie de una obra pública con sus ciudadanos como protagonistas. Porque en sus artículos y en sus conferencias, como en sus poemas, cuando Antonio Gala nombraba a la ciudad estaba abriendo una puerta hacia el pasado, pero también grabando en el futuro su posibilidad de sueño recobrado. Es lo que ha hecho con su Fundación para Jóvenes Creadores: recuperar ese sueño de su juventud, dedicarse a su arte sin distraerse con la incomodidad de vivir. Esta Fundación ha sido el acto supremo de generosidad de Antonio Gala con Córdoba y todos los creadores que una vez fuimos jóvenes y soñamos sus verdes campos del Edén.

* Escritor