Antes, justo una semana o dos días, conociste a alguien en una fiesta, esbozaste un proyecto de negocio, firmaste la paz o tramitaste bronca con tu hermana. Creíste ser feliz, por fin, o caíste en una depresión de caballo. Conseguiste un empleo, o perdiste el tuyo, la mañana del confinamiento. Llevabas tres semanas sin echar un polvo, y aquella tarde antes del encierro te llamó… ¡Te ibas a morir! Pensaste en el suicidio (¿te has quedado por curiosidad?). Ibas a cobrar o zanjar aquella deuda. Tenías previsto meter la mano en la cartera de ese imbécil con quien vives y salir pitando. Habías ensayado con el grupo a muerte, tomándotelo en serio por una vez, estudiado hasta enfermar, cumplido a rajatabla con la dieta y el plan de entrenamiento, hasta la víspera de la alarma. Ibas a quemar kilómetros en tu caravana, a celebrar un cumpleaños histórico, a tomarte una caña con unas aceitunas, joder. La ibas a ver cruzar aquel domingo, volviendo de la cafetería donde trabaja(ba), para decirle algo, esta vez sí. Habías reunido los cojones de rigor para dejar de fumar, ponerte en forma, plantarle cara al capullo de tu vecino, tu jefe o esposa/so. Ibas a ‘cambiar’ (je, bueno, eso ni en cien años). El tema es que te han jodido significativamente. Y lo han hecho por la nación, «el conjunto de los españoles y las españolas», la salud y todo eso, sin garantías de ningún tipo. Aquí nadie conoce lo que va a pasar. Y hay quien se consuela, precisamente, con la reflexión «nunca se sabe». Oh, qué bonito. Y va y lo pregona como sabiduría, inteligencia, madurez. Pues yo sí-sé lo que va a pasar cuando actúo: resultados. Entre individuos, por supuesto, como tú y yo. También sabes ahora lo que significan tus ilusiones y propósitos cuando el país te reclama: cero. Así que no dejes escapar la siguiente oportunidad, cuando te abran la puerta y te dejen ser un poco más individuo, no mucho..

* Escritor