Acabo de regresar de Antequera, en cuyo Ayuntamiento se ha celebrado el cuarenta aniversario del llamado Pacto de Antequera, base de un acuerdo político para lograr la autonomía política plena para nuestra Andalucía. Fue principio de un modelo para afrontar la incertidumbre estratégica en el marco de la nueva Constitución que luego se iba a refrendar el 6 de diciembre de 1978.

He tenido la sensación de que aquel acuerdo fue un modo de reconocer que no sabíamos cómo, a priori, hacer frente a las incertidumbres internas y externas a la región. Que fue instrumento (arco y flechas) para dar respuesta desde la Preautonomía a la realidad reactiva que se nos avecinaba. Se firmó el 4 de diciembre de 1978.

El Consejo Social de la Universidad de Málaga nos ha convocado durante los días 17 y 18 de este octubre para analizar las fuentes y el entorno de aquel acuerdo. Analizadas las intervenciones de algunos de los políticos que firmaron el Pacto, de periodistas que notificaron la gestación del mismo, y las conferencias de dos actores principales hoy debemos reconocer que aquel pacto fue un dinamismo abierto, lleno de interacciones, del que todos aprendemos e incorporamos cambios que influyeron en nuevas decisiones. Fue el modo de comprender la realidad humana de Andalucía. Fue motor de arranque para dialogar con el «misterio», de nombre «Autonomía Plena», a la que teníamos que descubrir intencionalmente sin llegar a agotarla.

Don Plácido Fernández Viagas, primer presidente de la Junta Preautonómica, sabía que el andaluz no existe sin más sino que coexiste con los demás y con la naturaleza. Aquel pacto fue el reconocimiento del coexistir de las fuerzas políticas andaluzas. Solo podíamos existir y avanzar en comunidad para, paradójicamente, ser y sentirnos libres.

La racionalidad de aquel pacto fue abrirnos a la comprensión de aquella realidad como racionalidad y como diálogo entre andaluces. Plácido Fernández Viagas tuvo el arte del bien dialogar, es decir, nos enseñó el arte de bien jugar del que hoy presiento su pérdida.

Solo desde el amor a Andalucía y la fuerza de actuar se produjo aquel espacio de diálogo. El Pacto de Antequera no fue un trueque de mera justicia sino la suma de respuestas para dar vida política a toda y una Andalucía en el marco de la esperada Constitución. No fue encuentro caprichoso sino la verdad en aquel momento. Fue demostración de que no hubo ruptura interna entre razón y conciencia andaluzas.

Logró el Pacto racionalizar un modo determinado de ordenar la realidad tal como expuso en su conferencia José Rodríguez de la Borbolla. Fue novedoso modo de poseer aquella realidad del cuatro de diciembre de 1977 intencionalmente ante un horizonte vital de sentido político. No fue acuerdo programático sino consenso entre dispares que aspiraban al bien común. Fue principio de una reciprocidad abierta que duró hasta que en 1982 Andalucía, tras dos referenda, logró su autonomía política a través del artículo 155 de la Constitución. Reciprocidad abierta por la gratuidad de todos, encabezados por Fernández Viagas, para transformar Andalucía. Hoy tengo la sensación tras disponer de Estatuto que aquella reciprocidad se ha hecho cerrada y no ha logrado transformar radicalmente la región.

En aquel cuatro de diciembre de 1978 el salón de Plenos del Ayuntamiento de Antequera apenas tenía tenue luz y no se hizo tenebroso por el aliento brioso allí respirado. Tras casi cuarenta años he encontrado un salón luminoso y esperanzado.

También he comprobado cuán difícil es para jóvenes periodistas, que no vivieron aquel momento, situados frente a los testigos y notarios, aún vivos compañeros de profesión, llegar a comprender y, menos aún, a interiorizar aquel «milagro». Y cuán difícil es para algunos historiadores hacer historiografía sin acudir a fuentes, actores y activas de aquel momento, aún vivas para ser intérpretes fieles de lo acontecido.

* Catedrático emérito de la Universidad de Córdoba