Entre la hojarasca electoral, quizá destacó ayer la noticia del fallecimiento de Margarita Salas, referente de la ciencia y la investigación científica en España con carácter integral y nombre de mujer. Una pérdida importante para un país que no está precisamente sobrado de atención y determinación política hacia el mundo que viene. Ya lo llevamos viendo mucho tiempo: el mañana importa en la medida que resuelva la necesidad inmediata, no para que construya un proyecto vital colectivo que afronte eso que se llama futuro y que ya es hoy.

Quizá por eso, tuvo también cierto protagonismo la publicación de las previsiones de otoño de la Comisión Europea, interpretadas a la luz de la campaña como un aviso más de que nos espera un Armagedón a la vuelta de la esquina, cuando la traducción correcta está en ese «nuevo régimen» de crecimiento al que hizo referencia el comisario Pierre Moscovici en su presentación.

La clave no es la reducción del crecimiento en cuatro décimas (dos por el ajuste estadístico que realizó el INE hace meses) con lo que ello supone en términos de déficit, endeudamiento e inflación (esa hidra olvidada) e incluso de caída del empleo, casi un punto más que en las previsiones de mayo.

Lo relevante está en el patrón de dicho crecimiento, que sigue sin hacer frente a la transformación tecnológica, la sostenibilidad energética y la automatización --entre otras cosas-- para abrir un nuevo escenario que permita transitar a la economía de un modelo de empleo que se va extinguiendo a otro que nace con fórceps, vista la escasa atención, y menor entendimiento, que se le presta más allá de la retórica.

En este contexto, estamos en mejor posición coyuntural, admitió el comisario, confesando que «hemos sido pesimistas en lo que se refiere a España y Portugal», pero en mucha peor estructural. Esa es la cuestión. Para nosotros, el problema es que el paro siga siendo una anomalía insalvable, un ejemplo de impotencia mucho mayor que cualquier otro.

* Periodista