Días pasados se clausuraba la celebración del 4º centenario de la muerte de Cervantes en la que, al decir de los expertos, se ha echado de menos una mayor implicación institucional en la reivindicación del legado de un escritor que supo captar como ningún otro la esencia de este país, que recorrió en vida de punta a punta. Y que, a buen seguro, su trasunto literario, el bueno de don Quijote, de volver a recorrerlo actualmente, rememoraría de nuevo la edad dorada: «aquella en que fraude, engaño y malicia no se había mezclado con la verdad y la llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos , sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interés, que ahora tanto la menoscaban, turban y persiguen...» (I,12). Imperecedero libro El Quijote, al que hay que volver una y otra vez, si es que nos importa conocer la cuna de nuestra devenida manera de ser.

Hace un año más o menos, en esta misma sección del periódico, nos preguntábamos si España honraba a Cervantes, y concluíamos que no en la medida de sus merecimientos. Aunque en nuestro fuero interno albergábamos la esperanza que en esta ocasión soplasen vientos de cola que le dieran altura al centenario. Después de la celebración, lamentablemente, seguimos pensando lo mismo, que España, una vez más, ha perdido la oportunidad cultural de haber apostado más en destacar urbi et orbi la figura más universal de sus hijos. Como han hecho los ingleses con Shakespeare en el suyo. Centenario, el nuestro, a todas luces insatisfactorio a tenor de lo dicho por los expertos sobre la relevancia dada a su celebración y sus resultados. En palabras del académico Francisco Rico, toda una autoridad en lo referente a Cervantes y su magno libro: «Digno, decoroso, voluntarioso, pero no tan excelente como me habría gustado». Igual es cierto aquello de Fraga, siendo ministro de Turismo, de que España es diferente.

(*) José Pérez Estacio

Profesor del Cuerpo de Enseñanza Secundaria jubilado</b>

Córdoba