Como las olas en la arena de la playa, se desvaneció su vida. Fue un 30 de abril, hacia media noche, hace treinta años. Se llamaba Mariano: era mi marido, hombre bueno, sencillo al que jamás podré olvidar y al que cada año al llegar estas fechas, mi emocionado recuerdo se iza en tantos años, tanta vida. Se fue cuando la primavera aromaba de azahares la ciudad, cuando tras un día de lluvia, el panorama, desde aquella novena planta, un tapiz de tiernosverdes cubriendo la tierra. Era un hombre bueno, sencillo, de fácil y entrañable compañía para todos, valiente -jamás en su larga enfermedad se quejó-, ni tan siquiera tenía miedo a la muerte. Y hoy lo recuerdo en aquel amor que nos nació en los trigales de un pueblo en primavera, y lo recuerdo en el amor que nos creció en la savia dormida de otoños en los jardines, y lo recuerdo en el amor, fruto maduro, rescoldos de inviernos, palpitantes en historias de futuro... Me dejaste el campo y el aire. Me dejaste el sol y la mañana. A mí, débil planta de invernadero, capricho de tantos silencios interiores. Me dejaste la montaña, el trueno, el valle... a mí, vuelos pequeñitos que ni tan siquiera saben rozar la tierra sin sangrar de heridas el alma.

Me dejaste el mar, aguas serenas, aguas huracanadas a mí, tan sólo miedos y nadas. Enmudeció mi lengua, abrasado quedó mi aliento entre cipreses, mármoles, coronas, rezos… ¿Dónde Dios? ¿Dónde él? ¿Dónde yo..? ¡Qué vacío estaba el mundo cuando tú no me esperabas. Yo, cual nubecilla que el viento llevaba, sobrevolando huracanes, recorriendo negros horizontes, repitiendo tu nombre, te buscaba. Y era mi dolor tan oscuro, y era mi soledad tan amarga que en un tu vacío me instalé, y noté, ¡qué milagro!, noté que era doble mi alma.

* Maestra y escritora