Celebramos el 40 aniversario de la Constitución. No es una efemérides cualquiera. Este número tiene un grave significado para muchos españoles. Fue el tiempo que, más o menos, duró la dictadura franquista, pero también la etapa más larga que hemos disfrutado de libertad, prosperidad y derechos civiles; de democracia plena, en suma. Sin embargo, pasamos por el aniversario con el ánimo del descreído y escéptico, como si fuéramos el pesaroso que piensa que esto da para poco más, que nuestro tiempo mejor ya pasó. Y es cierto que el pesimismo viene alimentado por hechos tan reales, como equivocada es la determinación de tirar la toalla.

La única manera para despejar el humo de la incertidumbre ante el futuro es dotarnos de una gobernanza democrática fuerte que pueda encarar con determinación tantos desafíos. Porque los nuevos retos civilizatorios que tenemos de frente, que van desde las relaciones de producción (empresario/trabajador) a derechos y libertades (democracia/barbarie), están ahí y nadie va impedir que sigan su curso histórico que ha empezado por debilitar de tal manera los sistemas de gobierno democrático, que dejan a la clase política, y por tanto a sus representados, sin capacidad alguna para minimizar sus efectos más perversos (precariedad, desempleo, merma derechos, voladura de la intimidad, etc).

Pero muy poco de ese empeño imprescindible para afianzar la democracia se percibe, al menos en nuestro país. Aferrados al único objetivo de mantenerse en el poder, o conquistarlo con todo tipo de armas, no trasladan indicio alguno (esperanza) de que sus esfuerzos vayan encaminados hacia el fortalecimiento de nuestras instituciones democráticas sino que, muy al contrario, las usan como escudo para sus batallas de poder. El último ejemplo lo trae la eclosión de la extrema derecha en Andalucia y el enorme retroceso de la izquierda: un partido, Vox, con fórmulas feroces del pasado para solucionar nuestro presente en conflicto.

La Constitución que celebramos estos días con ocasión de su 40 aniversario nos vale para recordar que la mejor obra de los españoles en el último medio siglo se realizó gracias al catalizador del diálogo, la cesión, la generosidad y el consenso. Las carencias de nuestra primera ley son pecados veniales, mentirijillas, comparadas con las desavenencias animales de nuestros políticos. Y el problema está en ellos y no en el deterioro de la Constitución con el paso del tiempo. Se han instalado en España la intransigencia y el desafío como valores de moda, cuando la solución es la contraria: gobiernos de consenso fuertes que ayuden a las sociedades democráticas a sortear los obstáculos enormes que impone ese eslalon gigante que nos obliga a realizar la historia. Democracia o barbarie, this is the question.

* Periodista