Traten de visualizar la siguiente escena, aunque es muy posible que ya la hayan observado alguna vez o similar.

Matrimonio en la playa con sus dos hijos, llamémosles Pablo, de siete años de edad y María, de cinco. La bandera está roja, por lo que no se pueden bañar. Los padres sugieren a sus dos hijos que jueguen a hacer castillos de arena. El mayor se niega a compartir, por lo que cada cual se pone a ello con su propio cubo y pala. Pablo se aburre enseguida y se dedica a tirar tierra encima de las toallas de los padres y a montar la pataleta porque se empeña en desobedecer y meterse en el agua. Los padres no pueden dejar de quitarle el ojo y llevan ya varias carreras para evitar que su hijo se meta en el mar, les tiene agotados y les imposibilita disfrutar del día de playa. Su comportamiento es similar en otras situaciones, en las que su hijo mayor, con tal de llamar la atención, no deja de portarse mal.

María ha llenado varias veces su cubo con tierra mojada. Ha atravesado con dificultad los metros que separan la orilla hasta donde se encuentran sus padres y donde ha decidido construir su castillo sin estorbar a nadie. Se le ha derrumbado un par de veces por no tener la arena la humedad necesaria. No por eso se rinde y decide coger arena algo más mojada. Su castillo empieza a tomar forma. Con el dedo, le dibuja la puerta y las ventanas. Está disfrutando con su labor a pesar de que preferiría poder bañarse en el mar con sus manguitos puestos. Con la ayuda de la pala, hace un foso alrededor del castillo. Va hasta la orilla a por agua apenas mojando sus pies. Previamente, ha informado a sus padres de que no se va a meter en el mar, porque hay bandera roja y sabe que eso quiere decir que es peligroso. Vuelve con su cubo lleno de agua. Le pesa tanto que se le cae la mitad por el camino y la echa en el foso de su castillo. Cuando lo da por terminado, se lo dice a sus padres y estos la felicitan por lo bonito que le ha quedado y lo bien que lo ha hecho. Justo en ese momento, aparece su hermano Pablo, que, envidioso por el reconocimiento de sus padres a su hermana, le da una patada al castillo derrumbándolo. María se pone a llorar y Pablo se ríe de ella.

Los padres tratan de consolar a su hija y le dicen que no llore, que ya sabe cómo es su hermano. Debe resignarse al igual que hacen ellos, con lo que poco a poco, se instauran en María la indefensión aprendida y en Pablo el poder de manipular a toda la familia a su antojo y capricho.

Llega la hora del helado. María se pide uno pequeño y su hermano el más grande y caro. Los padres acceden para evitar una nueva pataleta o que les monte su hijo un espectáculo en público. Se han dado por vencidos, ya no saben qué hacer con Pablo y al mismo tiempo se sienten culpables de que su hijo sea tan difícil. No es que no quieran a su hijo Pablo, pero evidentemente, quieren más a su hija. Pablo envidia a su hermana por ello, pero tampoco está dispuesto a cambiar su comportamiento, ya que siendo como es, se sale siempre con la suya y hace lo que le da la gana.

Teniendo en cuenta que la personalidad se forma en los primeros años de vida, cuando estos dos niños se hagan adultos, ¿han adivinado ya que tipo de persona será cada uno de ellos?

Curiosamente, Pablo, es posible que alcance un alto puesto profesional. Lo conseguirá a base de mentir y aprovecharse de todo el que pueda. Será todo un experto de la manipulación y el engaño.

María, será una buena persona, con valores, con una alta empatía y gran generosidad, todo el mundo la apreciará y la querrá por su bondad, pero al mismo tiempo será la víctima propicia de pobres diablos, que envidiarán todos esos valores que ellos son incapaces de tener.

Y es que, el diablo, no puede evitar envidiar la luz que desprenden los ángeles.

* Escritora y consultora de inteligencia emocional