Sabido es que vivimos en un mundo de contrastes, marcado por el triunfo sin reservas de la vulgaridad, un cierto estado de estupidez colectiva, y el morbo más absoluto, presente en todos los ámbitos de nuestra vida y potenciado ferozmente desde los medios de comunicación, que rivalizan entre ellos por ver cuál alcanza mayor intensidad de amarillo. Por eso, que en medio de semejante panorama tengamos acceso de vez en cuando a noticias capaces de poner en evidencia lo mejor del ser humano, demostrando de paso que aún quedan personas ejemplares, generosas, entregadas y dispuestas a dar su vida por los demás, aunque sea al otro extremo del mundo, hace que aún sea posible albergar un poquito de esperanza. Quién sabe, tal vez no esté todo perdido. Por fortuna podría poner bastantes ejemplos, pero hoy quiero hablarles de Carlos Ferrándiz Avendaño, un abogado barcelonés de treinta y ocho años actualmente, que ha sido el primer extranjero galardonado con el Premio Kick Andy Heroes of Indonesia (equivalente a nuestro Princesa de Asturias) por sus valores humanos.

Carlos trabajaba en un prestigioso bufete de la Ciudad Condal cuando en 2005 decidió viajar con unos amigos a Bali para hacer surf. Defraudado por no encontrar las condiciones del mar que esperaba, puso rumbo a la isla de Sumbawa, de millón y medio de habitantes y fuera por completo del circuito turístico, donde encontró una situación de pobreza y analfabetismo extremos, con los niños como víctimas más sensibles y sufrientes. Impactado, se pasó las tres semanas que le quedaban de vacaciones impartiendo clases de inglés a una multitud, sorprendida de que alguien no indonesio estuviera dispuesto a ayudarles. Así sería cada verano hasta que en 2010, tras crear su propia ONG (Harapan Proyect) en colaboración con las autoridades locales, decidió trasladarse definitivamente a Sumbawa y dejar atrás para siempre el que hasta ese momento había sido su mundo. Desde entonces trabaja en el distrito de Hu’u, que incluye más de cuarenta poblados, y son casi 50.000 niños los que han pasado por sus clases de lectura y escritura, inglés, matemáticas, geografía e historia --los profesores en la isla apenas acuden a clase porque están mal pagados y deben trabajar en el campo para malvivir--; muchos miles de personas más han recibido atención médica o se han beneficiado de sus programas contra la malnutrición; unas 40.000 están ya en proyectos de potabilización de agua y donación de productos básicos como ropa, medicinas o gafas, y cientos de niños practican además fútbol o surf, y algunos incluso viven de ello. Destaca significativamente el caso de Deby, una cría con un tumor descomunal en una pierna a la que sus padres tenían encerrada en casa por considerarla un monstruo, que después de mil filigranas administrativas fue operada con éxito y hoy camina con plena normalidad y es una más entre las de su edad. Huelga decirlo, Ferrándiz ha destinado el importe completo del premio a su propia oenegé, lo que les ha supuesto una importante inyección de dinero y la posibilidad de contratar a otra profesora. Entre ambos atienden a unos 600 alumnos (los más formados les ayudan con los que empiezan), y tienen ya casi finalizada la construcción de un centro socioeducativo.

Visto desde Occidente, el caso de este joven podría parecer el de un idealista anacrónico que se está perdiendo lo mejor de la vida mientras persigue una utopía; porque obviamente sus capacidades son limitadas y los problemas que trata de combatir seguirán ahí cuando él se canse o se haya ido. Y, sin embargo, a mis ojos, su ejemplo es el de alguien tocado por la mano de Dios, que ha conseguido desprenderse de las glorias mundanas para dejarse llevar por la generosidad en su estado más puro y poner sus conocimientos y capacidades al servicio de quienes más lo necesitan. Quizá por eso los indonesios lo conocen como su malaikat (ángel salvador); alguien de quien deberíamos aprender todos, porque nuestra sociedad está muy necesitada de gente como él. Carlos, que, como debería ser siempre, mamó de sus padres y en su propia casa el espíritu solidario y vive en una habitación alquilada con sólo un camastro y una palangana, ha sabido entender que en la educación accesible y de calidad, una sanidad bien organizada y universal que atienda en particular a los niños, la potenciación del esfuerzo y el trabajo colectivo, se encuentran las claves intemporales del triunfo de una sociedad; algo que en buena medida hemos olvidado nosotros. Por eso, si quieren hacerse socios del proyecto, o seguirlo en las redes sociales --cuantos más seguidores, más fácil les es conseguir apoyo de empresas, marcas y particulares--, solo tienen que acceder a la web www.proyectoharapan.org. No olviden que harapan, en indonesio, significa esperanza.

* Catedrático de Arqueología de la UCO