Nunca he visto a Andrés Ocaña tan enfadado como lo vi aquel día. Estaba con un compañero de partido. De esos que cuando le encontraban le llamaban camarada. Y él era más, yo creo, de llamarse Andrés. Y Andrés le dijo: Eres una víbora. Y allá por donde pasas lo vas llenando todo de veneno. Vas envenenando. Todo lo envenenas.

Era el alcalde de Córdoba. Y se lo dijo no muy fuerte. No muy alto. Pero se lo dijo desde dentro.

Yo los conocía a los dos. Y a los dos yo les veía sus tejes y manejes. Andrés era Andrés sin miedo. Y el camarada era arañita tejiendo telitas de araña por detrás.

Digo esto de «sin miedo» porque una noche de luna llena de primavera, entró en este mismo bar un hombre con un palo. Y con su palo empezó a dar golpes en las mesas. Las mesas estaban llenas de turistas. Estaban cenando y un silencioso pánico les cortó la digestión.

El hombre del palo buscaba venganza. Los camareros solo pedíamos a Dios que no apareciera el otro hombre: el hombre sobre el cual caería toda la fuerza de la venganza.

Y entonces un silencio. Y entonces Andrés se levantó y se acercó al hombre del palo. Cara a cara. Sin miedo. Sin palo. Chiquito como era sin esa estatura de los hombres fuertes.

Y sin nada de todo eso, fue el único de todos los que allí estábamos que sacó a hombre y sacó a palo, y los sacó a la calle. El único de entre todos que evitó la tragedia. Todo el mundo dentro del bar alabó con miradas silenciosas su valor. Y nadie, nadie salvo nosotros los camareros y Andrés y su mujer, nadie sabía que Andrés era el alcalde de Córdoba.

<b>Rafael Barbero García</b>

Córdoba