Sin concesión alguna al determinismo geográfico, tan recurrente siempre a la hora de tratar del carácter y sicología de los pueblos y naciones, cabe afirmar que la rudeza de la geografía española se refleja, en multitud de ocasiones, en las costumbres y comportamientos de sus habitantes. Ya los romanos, con su genio político y maestría gobernante, lo proclamaron así. Ha llovido mucho desde entonces, pero no lo bastante para desdibujar el acierto y validez de su juicio.

Pese a la exuberancia de su paisaje grandemente opuesto al más característico del país, la región más romanizada de la península está lejos de ofrecerse como excepción a tal aserto. Una nueva prueba de ello lo ha encontrado el anciano cronista en el destino sufrido en el presente más roborante por un médico cordobés, de condiciones científicas tan relevantes que merecieron el reconocimiento de los meridianos galénicos más reputados al norte de Despeñaperros y aun de los Pirineos. Pese a lo cual, sus coterráneos, incluida la mayor parte de los de su solar natal -el bello, esplendente, pueblo de Almodóvar del Río-, le demostraron hasta hodierno muestra significativa de gratitud a su luminoso ejemplo. En el maremoto existencial provocado en la mentalidad colectiva por el coronavirus, se entiende bien que el dominio imperialista de la enfermedad y el dolor no tendrá en la historia tregua ni pausa temporal. De ahí que en la actualidad más tremente del Viejo Continente y del resto del mundo los servidores y numerosas y admirables servidoras del noble oficio de Hipócrates sean acreedores al aplauso más rendido.

Afortunadamente, la onda de gratitud que hoy envuelve la profesión médica ha llegado al municipio en que, en el despegue del espectacular desarrollo de comedios de la centuria pasada, naciera el Dr. D. José Mº. Castilla, antesala sin duda estimulante de una hilera de actos del máximo radio cordial y honorífico, en reclamo tan justo como esperanzador. En la atardecida de una biografía cuajada de serondos frutos institucionales y honda empatía de una humanidad doliente acaso en su expresión más excruciante, la designación como Hijo Predilecto de la antecitada localidad cordobesa tiene por encima de todo un valor simbólico muy asociado al recuerdo en todo momento reverdecido de su buen padre. Más también lo posee -y queremos creer que mucho--, como rectificación de la pasividad de una sociedad tan amorfa ante sus grandes mujeres y hombres como la andaluza. Retrasado el homenaje al Dr. Castilla por razón de la pandemia, esperemos y deseamos que muy pronto sea una gozosa realidad merced al buen quehacer de los munícipes de Almodóvar del Río.

* Catedrático