La manifestación que el domingo recorrió el centro de Córdoba, convocada por la Plataforma Andalucía Viva, pretendía «recuperar la conciencia perdida del pueblo andaluz», cercana la fecha del 4-D. Detrás de la pancarta Andalucía Viva, todo tipo de organizaciones sociales, sindicales, ciudadanas, además de políticos, de izquierdas, claro, gentes venidas de toda Andalucía formando una marcha tranquila y hasta alegre, con sus tambores y sus cantos, con la fuerza del himno que es el más generoso de la tierra. Al paso de los manifestantes era posible sentir una emoción cierta, como si Andalucía fuera esa madre que levantara de la cama a sus hijos, de buena mañana. Anda, levanta, que hay mucho por hacer. Y el deseo de que esos hijos encuentren en sus pasos por la vida a gente decente, que quiera ayudarlos y no sacar provecho de su inocencia o de su falta de recursos, a gente que les dé instrumentos para avanzar y no los engañe, a mentores que les exijan y no les vendan una vida cómoda y falta de esfuerzo. La vida es lucha, no debería ser pelea, pero sí esfuerzo constante. Y, delante de la manifestación, pensaba por qué parece que el amor a Andalucía es solo --o así se expresa- de la izquierda, o quizá del pueblo, y cómo tantas gentes del centro o de la derecha --no hablaré hoy de los políticos ni de sus hechos-- se alejan de ese amor hacia la generosa Andalucía y permiten que parezca solo de las izquierdas. Anda, levanta, pide tierra, trabajo y libertad. Pero despabila.