El covid-19 tiene una primera consecuencia esencial que define su importancia, pues afecta a la salud y a la vida de las personas, y eso es lo más valioso. Pero, por su propio efecto y las medidas que se están tomando, tendrá también consecuencias económicas indudables, políticas (supongo) y sociales que es necesario analizar. Y, para ello, me permito un primer análisis de urgencia de las consecuencias económicas del covid-19 sobre nuestra economía.

Si tenemos en cuenta que el consumo privado, el consumo de los hogares españoles, supone entre el 58 y el 60% del PIB, podemos decir que el consumo mensual medio supone entre el 4,8 y el 5%. Haciendo un análisis sencillo, a partir de las ponderaciones de la cesta de la compra del IPC y una estimación de lo que se puede comprar o no según las normas de confinamiento, se puede concluir que el gasto total en consumo se reducirá en un 35-40%, pues nada se va a consumir, por ejemplo, en restaurantes y hoteles (12% del total), poco en ocio (8,4%), vestido y calzado (6,4%) o muebles (5,7%), y mucho menos en transporte (15,4%). Esto implica que un solo mes de confinamiento supondrá una caída del PIB del 1,7-2% del PIB por el consumo privado.

Habrá por el contrario, un mayor consumo de las administraciones públicas, pero como éste sólo pesan un 20% del PIB, aunque aumenten su gasto en un 10% en todo lo que queda de año, sólo pueden compensar 1,8%-2 puntos de PIB. Que es lo que estiman gastar realmente (17.000 millones), pues los otros 100.000 millones son avales para entidades financieras que se trasladarán a las empresas y particulares, con lo que no se inyectará en la economía esa cantidad, sino que se resuelve la crucial cuestión de tesorería de las empresas. Lo que está por ver es la cuantía de déficit público que la crisis va a suponer, pues al ya conocido habrá que sumarle ese mayor gasto, así como los menores ingresos tributarios y por cotizaciones sociales.

Más difícil de calcular es el impacto en la inversión, pues si bien ésta pesa el 20% en el PIB, la vivienda e inmobiliaria es el 10% y ya estaba dando señales de agotamiento. Puesto que la inversión prácticamente se ha parado, y lo va a estar hasta que se aclare la situación, no es descabellado calcular una caída del 15-25% del total de la inversión, lo que supondría una caída del 3-5% del PIB por cuenta de la formación bruta del capital fijo (FBCF).

Finalmente, el saldo exterior, que lo llevábamos manteniendo en positivo desde 2014, es muy probable que empeore, pues un 31% del total de lo que vendemos fuera es turismo y éste se va a resentir necesariamente. Es posible que el turismo tenga una profunda crisis, toda vez que, aunque España quede libre de virus para el verano, los países emisores de turismo, retrasados en la epidemia respecto a España, tendrán restricciones de viaje.

En definitiva, este año 2020 será un año de recesión. El PIB caerá un mínimo de un 3-4% (como en la crisis del 2009) e irá disminuyendo un 1,7% por cada mes de confinamiento extra, por lo que podemos ir a mucho más, incluso al doble de estas cifras. El problema va a ser, además, que esta recesión nos va a costar la destrucción de más de 500.000 empleos equivalentes-año, lo que nos dará, al menos temporalmente, un fortísimo crecimiento del paro. De cómo se articulen las ayudas al tejido productivo y la flexibilidad con que trate a las empresas (de momento, poca) dependerá el que la crisis sea más o menos profunda y duradera.

Además, pues, de estar preocupados por la extensión de la epidemia y los fallecidos (que es lo importante), deberíamos pensar, al menos los economistas que no servimos para curar, en qué hacer para recuperar la economía cuando esto pase. Porque pasará.

* Profesor de Política Económica. Universidad Loyola Andalucía