Quién no se ha estremecido algún verano con una película, una canción o un poema de amor? ¿Quién no se ha emocionado ante el recuerdo de un antiguo romance en un verano casi olvidado? ¿Y quién no se ha conmovido, quién no ha vibrado ante cualquier verso de la maravillosa y desesperada canción de Jacques Brel Ne me quitte pas?

Y es que, con los tiempos que corren y en este final de verano, no nos viene nada mal repasar nuestras historias de amor, de ternura, de esos sobresaltos interiores que son provocados por el conocimiento vital y las experiencias hermosas que seguro hemos sentido. Por breves que sean estas historias --recuerden, tratamos de amores de verano--, son extraordinarias porque son nuestras, de cada cual y porque se basan en la seguridad de que nos han amado, nos aman y de que amamos.

La canción de Jacques Brel es la apoyatura adecuada con la que quiero recordar y reflexionar sobre nuestros amores de verano y repasando trozos del poema, no puedo dejar de turbarme ante estos versos:

«Je creuserai la terre jusqu’après ma mort/ Pour couvrir ton corps d’or et de lumière».

Aquí el amante demuestra tal desgarro y generosidad que el idilio se nos presenta como duradero e infinito, justo lo contario de lo que entendemos, de manera despectiva, por un amor de verano. La estrofa completa es romántica, tierna y apasionada. Nos aleja del sentido frívolo de un verano más o menos tórrido. Claro que al profundizar en la creación de Jacques Brel, descubrimos que la composición fue publicada en 1959 y escrita cuando el autor abandonó a su amante Zizou, Suzanne Gabriello, después de 5 años de amor ardiente y exaltado. Amor de verano aunque permanecieran juntos un lustro.

Para profundizar en el amor de verano del autor francés, me detengo en la versión de Édith Piaf porque la matización y la fuerza que imprime a toda la chanson, con suspiros y respiración entrecortada, es tan derrochadora en su creación, que nos produce un golpe de sonido caliente, ardoroso y dulce. Hay momentos en que la música nos empuja a estar más vivos y este es uno de ellos. Escúchenla.

Me detengo en otra estrofa: «Ne me quitte pas. Je t’inventerai. Des mots insensés. Que tu comprendras».

Palabras insensatas, palabras sin sentido... produce cierto vértigo cuando las palabras dejan de tener su valor porque el silencio es más verdadero. Me gusta cuando callas, ¿recuerdan?

Pero a veces con gente a la que quiero mucho y con la que me entiendo, apenas hablo. Nos pasa, si no a menudo, bastantes veces. Palabras inocentes, ingenuas que quizás por eso son comprensibles solo entre quienes se quieren. Palabras para cambiar la vida y que guardamos y protegemos como algo muy secreto, muy recóndito.

Palabras que muestran los altibajos de la pasión pero también las lágrimas de ciertos amores que rozan lo trágico por inmadurez o por pertenecer a relaciones mentirosas, cautivas o tóxicas (qué bien define esta palabra el amor que no es amor).

Palabras con imágenes que nos revelan las intenciones amorosas de quien nos ama o nuestras propias intenciones en el deseo de amar, que tanto monta. Palabras para un futuro cercano o no, llenas de anécdotas que pueden llegar a representar casi una vida en nuestro historial cronológico. Y, por supuesto, en los amores de verano.

No puedo olvidar el tiempo del desamor que, sin estridencias ni exabruptos, supone una despedida para siempre y que no deja de tener plena cabida en estas palabras sin sentido. Y me pregunto por qué los amores de verano tienen el atractivo de lo prohibido aunque no sea tal; de un juego peligroso aunque nunca fuese así; de un amor imposible pero que permanecerá en nuestro recuerdo y que irá creciendo en pinceladas suaves de nuestra memoria que tergiversa y pinta de colores el tiempo pasado.

Por otro lado me detengo algo en la melodía ya que en Ne me quitte pas los acordes y las figuras melódicas están directamente inspirados en la Rapsodia húngara número 6 de Franz Liszt. Brel comunicaba y contagiaba muy bien en su música sus emociones y sus sentimientos. Sabía vender el amor como comentaba acertadamente Édith Piaf. En esta canción expone su abatimiento, su cobardía, el temor de un hombre que dio la espalda al amor de su vida y entró en un infierno.

Pero nos dejó con su talento una obra casi perfecta. Es la canción que rompe el corazón porque deseamos seguir amando aunque ese amor sea imposible porque no puede volver, porque es un amor de verano.

Esta balada tan especial está versionada cientos de veces. Si no se la han oído a Sting, háganlo. Me lo agradecerán.

Termino con otros versos que ciertamente no dejarán de agitarnos: «On a vu souvent. Rejaillir le feu. De un ancien volcan. Qu’on croyait trop vieu». No olvidemos.No olviden porque siempre tendremos un amor de verano, un viejo volcán al que volver.

* Docente jubilada