Después de todo, al final de los esfuerzos lo que nos queda es el Camino. Las metas y los logros obtenidos, casi siempre pasan a un segundo plano, pues el tiempo lo tamiza todo, como brisa suave, en la arena del desierto, o las olas que repetidamente van besando la orilla desde la pleamar a la bajamar en atardecer cualquiera.

Detrás de cada historia personal, de cada situación, hay un acto de «Amor», donde los sentimientos, caminando en esa dirección, consiguen en la mayoría de los casos los objetivos propuestos, aunque al principio puedan parecer inalcanzables. El pasado domingo en las gradas del Gol Norte, estuve disfrutando con mis conciudadanos el triunfo del Córdoba, ante el Valladolid. Una afición que había sido maltratada, y que gracias a la gestión del nuevo dueño y su junta directiva, se había reencontrado con sus colores y sus raíces. Me impresionó la sintonía colectiva con éste nuevo proyecto ilusionante, que había quedado huérfano, por cuestiones que todos conocemos. Tuve el sentimiento de ser uno más en el concepto de tribu, y en esas sensaciones, me deje llevar placenteramente hasta el pitido final, donde la afición explotó de júbilo, junto con sus líderes, jugadores y equipo técnico como un solo hombre.

Acabó la tristeza que se palpaba en las gradas del Arcángel, desde hacía tiempo, aun cuando el equipo militara en Primera División. Ahora nos encontramos con tiempos difíciles, de incierto futuro, donde ese Camino del que he hablado anteriormente, es lo realmente importante: la esencia del reto y de la lucha para conseguir una permanencia en la categoría de Plata, con la esperanza por bandera. Pero hemos ganado la ilusión, y el hermanamiento de Córdoba, con sus colores y su Historia, reflejado en los ojos brillantes de la ilusión, donde hombres, mujeres, niños, abuelos, nietos, familias enteras del pueblo llano cierran filas, comprometidos a recorrer este angosto camino, sin tener demasiada importancia del logro final. Aunque de seguro, si todos seguimos detrás del líder, cerrando filas; orgullosos de ser guerreros de éste ejercito tribal, es muy probable que los gladiadores que pelean en el campo de futbol en nuestro nombre y aupados por el calor de la afición, consigan alcanzar lo que hace escasas fechas, se veía inviable.

La ciudad, las instituciones, los medios de comunicación, los propietarios minoritarios, los socios en general, las peñas y esta afición, que dije antes, de la que este articulista es un humilde componente, se sientan orgullosos de estar ahí, y de que alguien cordobés de nacimiento, arriesgando su patrimonio personal, su tiempo y su esfuerzo, nos haya regalado la ilusión perdida.

Solamente quiero significar una nota negativa, y es la siguiente: Había demasiadas sillas vacías, para unas entradas que se habían vendido a precio simbólico. No puede ser. Tenemos la obligación moral de no ser espectadores de ésta aventura histórica, sino actores y participes dinámicos, comprometidos con la misma, porque con ésta actitud hacemos ciudad, que como mancha de aceite se irá extendiendo sobre otros retos y expectativas, aún pendientes de desarrollar, demasiado tiempo dormidas, en el cajón cerrado y oscuro de la envidia.

Relajado en mi asiento, con un sol brillante como bandera. Rodeado de los míos, de mi Córdoba amante-amada, también recordé tantos otros personajes de esta historia que, como jugadores, directivos, presidentes y muchos más, comprometieron su vida y su patrimonio desinteresadamente, en beneficio de los suyos, de esta Ciudad de los Silencios, que ante el Valladolid CF, apoyó incansablemente a su equipo, pero sin proferir ofensas, violencia, agresiones, insultos, desprecios. Lo que es Córdoba, una ciudad donde la vida se desliza, a veces demasiado plácidamente, y ajena a una realidad circundante que la mayoría de las veces no comprende.

* Abogado y académico