Amor y tiempo. Cuanto peor... tranquilos, es una broma. Pero no es broma que esto va de cuántos y sobre todo de quiénes. Porque cuando se habla de amor se puede hablar sin cuántos pero jamás se puede sin quiénes. Hacía mucho tiempo, creo que todo el tiempo, que no asistía a las bodas de plata de matrimonio de antiguos compañeros de clase y además amigos y además con la fortuna de haber tomado parte en la formación (o deformación, o mejor espero que deconstrucción) de uno de sus dos hijos. Unas bodas de plata hacen referencia a un cuánto solo y exclusivamente para quienes no son los verdaderos protagonistas. O así debería ser, al menos así piensa quien les escribe. No estábamos demasiados, justo quizás un grupo más íntimo de amigos, los cuántos necesarios que nos mirábamos unos a otros para caer en la cuenta en este instante de cuánto tiempo va pasando mientras el amor con forma de mujer vestida con colores y formas suaves y un zagal todo trajeado y con el único cuánto de un móvil de última generación de diferencia con el que pegarse un selfie de familia porque quiere y porque puede; éste último, el amor deja de contar el tiempo aunque sea precisamente el tiempo lo que otros vamos a celebrar allí con ellos. Nosotros el tiempo que arrastramos, ellos el tiempo que ya comienza a ser destiempo.

El amor y el tiempo nunca se cogieron de la mano. Cuando ellos volvieron a juntarlas después de tantos años, el amor y el tiempo se dijeron adiós para siempre. No se puede amar de verdad si uno se para a contar cuánto ama y cuánto tiempo ama. La definición de amor, como la de ser, es la más redundante de cuantas existen. El ser es, el amor ama. No se puede salir de ahí. No hay más por más que uno busque. No hay nada. No existe una proyección sobre un objeto, llámese espacio o llámese tiempo o llámese como se llame. No te quiero sino porque te quiero/ y de morirme a no morirme llego/ y de esperarte cuando no te espero,/ pasa mi corazón del frío al fuego... que decía Neruda. Amor y tiempo son como el frío y el fuego, como esperar y no esperar, como morir y no morir. Son al mismo tiempo lo uno y lo otro y ni lo uno ni lo otro. Por eso es que el amor resulta ser el fenómeno más incomprensible de cuantos existen y cada vez me fío menos de todos cuantos intentan explicarlo en términos incluso razonables. Porque todos estos que se autoerigen en autoridades sobre el amor más me parece que hieren aunque ellos están convencidos de que sanan. «Amar como tú amas/ con el cáliz de la soledad entre tus pechos/ es convocar la débil frontera del delirio», que decía otro poeta. Sobre el amor es mejor callar porque es infinitamente mejor amar.

En fin, en este tipo de celebraciones (y en casi todas) suelo durar muy poco, lo suficiente para respirar, lo justo hasta que mi conciencia despierta y me doy cuenta de que siempre será insuficiente. Intento que el tiempo, incluso el que permanezco para celebrar con los amigos no sea ni un segundo solo superior al amor mismo. Es necesario que revisemos los conceptos de tiempo que manejaban los clásicos griegos porque de Eros y Thánatos entendían bastante más de lo que hoy entendemos nosotros en este modelo de espacio y tiempo en el que solo, como decía Lorca, poseemos «cuatro columnas de cieno/ y un huracán de negras palomas/ que chapotean las aguas podridas». Con todo, creo que ha sido la celebración más irracional y hermosa de cuantas he asistido últimamente. Celebrar el amor sin tiempo del amor con tiempo. Felicidad eterna Cristina y Juan por el amor de quiénes sin el amor de cuántos.

* Profesor de Filosofía

@AntonioJMialdea