Bajo este título pretendo dar respuesta a una cuestión compleja, misteriosa en cierto sentido y absolutamente fascinante: ¿Qué es enamorarse? ¿Cuál es la clave de ese proceso psico-neuro-endocrino-inmuno-biológico (todos estos sistemas vitales intervienen en eso que entendemos por «enamoramiento», por enamorarse) eso tan especial, mágico, exaltado, gozoso, fruitivo..., y doloroso muchas veces al mismo tiempo, que es «estar enamorado o enamorada»?

Por lo pronto tengo que reconocer y afirmar que no es nuestro Yo --nuestro ser consciente y libre-- quien elije primeramente. Tenemos en el cerebro una computadora neuronal, un autoregulador neuro-cerebral, una especie de piloto automático que busca tomar tierra, y percibe las señales de que hay una pista de aterrizaje adecuada para él... ¿Cuáles son esas señales? Son las señales que emite el fenotipo de la otra persona (igual que el fenotipo de las aves con sus cantos y sus colores): es el rostro de la otra persona que nos atrae, su aspecto, su movimiento, su voz, quizás su olor, su aroma, esparcido en el aire por las feromonas (que algunos animales captan olfativamente desde muy largas distancias). Es el color de los ojos, el tacto de su piel, su parpadeo, su risa, su sonrisa, «ese lunar que tienes, cielito lindo, junto a la boca»... Y es entonces cuando el cerebro, al recibir esas señales, se enciende con todas sus luces y emite un concierto de sensaciones arrebatadoras..., que es lo que se conoce por «enamoramiento».

La presencia de esa persona, objeto de una atracción inicial tan tumultuosa, es un potentísimo generador de endorfinas y encefalinas: serotoninas, dopaminas, oxitocinas..., las cuales además de causar exaltación y gozo en el encuentro y el contacto, producen una cascada de hormonas sexuales, que, cuando se da entre parejas heterosexuales, conducen --o pueden conducir-- a otro proceso importantísimo del amor que es la fecundación, el que asegura la conservación vital de nuestra especie. Cuanto mayor es el contacto de la pareja enamorada, los susurros amorosos, las caricias, los besos, los abrazos, el roce íntimo... más fuerte y poderosamente se estimulan, hasta llegar lo alto de la montaña mágica, al climax de la unión sexual que siempre se acompaña de una lluvia de hormonas excitativas, un chaparrón de excitaciones y goces, con el que se culmina el orgasmo.

Pero, ¿y después? ¿qué pasa después, cuando la efervescencia del enamoramiento bioquímico se aquieta y se aplana (porque naturalmente el organismo no aguantaría manterese para siempre en ese estado de excitación y exhaltación levitante que produce la química del enamoramiento)? ¿Qué pasa entonces?

Pues en muchísimos casos, para muchas parejas, «ahí se acabó todo».

Pero en otros casos sucede que, a medida de que los intercambiós de relaciones entre esas personas químicamente enamoradas se hacen más frecuentes y más intensas, empiezan a intervenir otras funciones superiores de la mente, de la mente evolucionada y del corazón humano humanizado, funciones que completan el amor en su significado antropológico de realización en libertad: la fidelidad, generosidad, la honestidad, el sentido del compromiso, el sentido de la responsabilidad y del deber, la lealtad, la disponibilidad, el perdón... en «la salud y en la enfermedad», en la abundancia y en los «recortes», en los días claros y bajo los aguaceros... Todo eso expresado, vivenciado y trufado con grandes dosis de comprensión, de respeto, de generosidad, de simpatía, de empatía, de tolerancia, de paciencia, de atenciones, de sexo estimulado, de complicidad dialogada, de buenas palabras... Pero sobre todo del deseo real, y la convicción inteligente y firme de ser consecuentes y responables, y de mantener la unión comprometida, cuidada y estimulada cada día y cada noche (como dice la canción: «que todas mis noches sean noches de boda y todas mis lunas sean lunas de miel») hasta que «la muerte nos separe».

Miguel de Unamuno explica de modo muy gráfico estas etapas del proceso del enamoramiento inicial hasta el amor perdurable en libertad de compromiso («te juro amor eterno»). Es el proceso que va desde la «Química del amor» hasta lo que he querido llamar «Mística del amor»: Dice Unamuno, don Miguel, que cuando, en una pareja de jóvenes enamorados, una de esas personas posa la mano sobre el muslo de la otra, los dos experimentan un estremecimiento, una intensa excitación de «mariposas en el estómago». Después, pasados treinta años de vida en común, tal vez ya no se exciten tanto cuando de tocan, pero si a una de esas personas tienen que cortarle la pierna, la otra estaría dispuesta a dar la suya en su lugar.

Esto es lo que entiendo por la Mística del amor, que trasciende lo material y acerca al misterio (místico sgnifica «misterioso»).

* De la Real Academia de Córdoba