En un mano a mano de aquellos memorables entre Jesús Quintero y Antonio Gala, el Loco le preguntó a Gala si creía en un amor para toda la vida. A lo que si dudarlo respondió el escritor: «En un amor para toda la vida de los otros, sí. Para toda la vida mía, no». Jesús hizo un largo silencio, supongo que no se esperaba tal respuesta al más estilo Wilde, y Antonio le dio una larga calada al cigarro. En aquellos tiempos se fumaba en televisión hasta en los telediarios. Aparte de la ironía de Gala, siempre genial, la realidad ha confirmado que sus dudas sobre ese esperado amor que nos acompañará hasta el final estaban también fundadas para el resto de los mortales. Los tres meses de confinamiento han demostrado que el amor es más biodegradable que el virus. Luego, podemos concluir que el coronavirus ha acabado con más relaciones que la infidelidad -que de tan mala reputación goza en el deterioro de la pareja- pues durante el encierro las infidelidades bajaron en un 99%, lógico, y en cambio los divorcios han crecido por encima del 40 por ciento y eso que estaban los juzgados cerrados. Lo dice un estudio de Legalitas que, supongo, también tendrá su parte de interés en el reparto de la tarta del desamor. Tal es la disparada y disparatada demanda de divorcios, más virulenta en las semanas del encierro total, que tras el confinamiento hay firmas de abogados con ínfulas de bufetes neoyorquinos, que están ofreciendo ofertas especiales para aliviar lo ya inaplazable, mientras que el alquiler de pisos, hundido sin turistas, ha empezado a moverse con quienes buscan un pisito unipersonal. Enamorarse es exagerar la diferencia que hay entre una persona y otra; lo decía Bernard Shaw, en fino, como el escritor que es; pero la realidad es que el amor es como un toro mecánico de feria del que nadie se baja con elegancia. Esta multiplicación de divorcios en tiempos del coronavirus me coge con las memorias de Woody Allen entre las manos. A propósito de nada, un testimonio extraordinario y bien escrito, donde se habla del amor, o del sexo, como un accidente de la física, por más que la religión, el romanticismo, las herencias y la hipoteca nos hayan pintado el matrimonio, o la pareja, como el summum en la tierra. Toda persona, hombre o mujer, siempre será una tentativa, un tanteo, una probabilidad; ninguna certidumbre, muchas dudas y la venganza implacable cuando el idilio se vuelve del revés. Un cineasta del montón pasará a la historia del cine español por el título de una mediocre película: ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo? Amar es ver lo bueno, lo verdadero y lo bello de cada ser; pero también sentirse amado, porque nadie es malo cuando se sabe amado. Pero Amar también es saber irse.

* Periodista