Hoy, me despido del verano y quiero hacerlo de la mano de amigos que en estos últimos años han dado un sentido nuevo a mi vida. Sí, amigos virtuales en redes sociales, tan mal entendidas, a veces, tan criticadas, muchas, tan mal usadas casi siempre e incluso despreciadas por parte de la intelectualidad. Bueno, pues yo debo ser plebeya, porque, cuando ceso en mi apretado caminar a lo largo y ancho de los días, cuando la soledad llega y se acentúa con las lentas horas del día o de la noche, mi mejor opción es la comunicación virtual. Allí encuentro amigos que con sus palabras cálidas, con sus ocurrencias a veces tan divertidas, con sus mentirijillas, con sus problemas... acabo por sentirlos aquí, cerca de mí, como lo están mis peces, mis plantas, como lo está la luna que lentamente va pasando por el cielo de mi terraza. Y ellos, amigos invisibles, se esfuerzan, nos esforzamos por dar de nosotros lo mejor que tenemos e incluso, inventamos, disimulamos, cuando al otro lado, el amigo, la amiga está deprimido, solo... Para mí, allí donde haya seres humanos, está la auténtica vida, la de diario, si queremos, pero, en definitiva, la más generosa y desinteresada, la vida de gente, sin duda, con frustraciones y problemas, como todos, pero que desde la virtualidad, lo mismo tiende una mano para acariciar, que la alargan para ser acariciada. Y en mi empeño por promover valores, no sé si logro siquiera remover la tierra, pero, seguro, seguro que recibo mucho: la ilusión de compartir la cotidianidad, tan cargada de agridulces que fácilmente se pueden indigestar y hasta enfermarnos sin remedio. Por eso, a mis amigos de redes, gracias. Es verdad que hay gente para todo, pero basta con una callada por respuesta. No conozco vuestros rostros, amigos, pero sí algo de vuestras almas. Os quiero.

* Maestra y escritora