La ciencia no para de ofrecer ejemplos de cómo nuestro cuerpo y nuestra salud están íntimamente conectados con el entorno a través del aire que respiramos, el agua que bebemos y los alimentos que nos llevamos a la boca, amén de la multitud de virus, bacterias y hongos que nos rodean e incluso habitan dentro de nosotros y que determinan el funcionamiento de nuestro propio organismo. Ese conocimiento cada vez más profundo se traduce en una manera cada vez más inteligente de responder a la pregunta de cuál es el mejor estilo de vida y mejor dieta para nuestra salud corporal.

Otro tanto ha ocurrido tradicionalmente con la salud mental, el bienestar del alma y su vinculación con nuestro entorno social y la cultura. Una infancia deshumanizada, falta de amor, es muy probablemente responsable de un adulto inestable y desequilibrado. También sabemos que una buena familia y unos buenos amigos constituyen un entorno favorable para el bienestar de nuestro espíritu.

La creciente capacidad de la ciencia para estudiar procesos complejísimos está poniendo de manifiesto una realidad más interconectada, de modo que los procesos sociales, y psicológicos, la fisiología subyacente a los procesos mentales, se muestran cada día más claramente relacionados con el organismo entero y con el entorno físico. La salud del cuerpo y la salud de la mente ya no tiene sentido abordarlas por separado. Valga como ejemplo el caso de la influencia de los amigos en nuestra vida. Todos sabemos que disponer de grandes amigos es muy bueno para el alma, pero es que hay cada vez más evidencias científicas de que los amigos también tienen un efecto positivo claro sobre nuestro cuerpo y, como contrapartida, los falsos amigos (eso que en inglés llaman «frenemy», de «friend enemy», frenemigo) son tóxicos, peor incluso que los enemigos declarados, para el bienestar y la salud de nuestro cuerpo, y pueden llegar a enfermarnos.

En efecto, a lo largo de las dos últimas décadas han salido a la luz diversos estudios científicos que muestran una correlación clara entre un entorno poco familiar y amigable y la aparición de problemas serios para la salud como las enfermedades cardiovasculares. Cuando planeamos cambiar nuestras pautas de vida por otras más saludables, pensamos en una alimentación más rica en frutas y verduras, beber más agua, ejercicio físico, evitar el tabaco y el alcohol y la contaminación del aire. Pero siendo todo eso importante, cada vez hay más pruebas de que un entorno social bien tejido con familiares y buenos amigos es igual o incluso más importante para nuestra salud. Como dice Lydia Denworth, en su reciente obra de divulgación científica donde revisa el poder de la amistad sobre nuestra salud, «Un creciente número de evidencias demuestran que nuestras relaciones, incluidas las amistades, influyen en nuestra salud a un nivel mucho más profundo, modificando no solo nuestra psicología y motivación, sino también la estructura y función de nuestros órganos».

Va siendo hora, por lo tanto, de prestar más atención a las personas que nos rodean, a fin de cultivar relaciones constructivas, procurando huir como de la peste de aquellas personas que se comportan como frenemigos, cuya relación es tóxica y puede hacernos enfermar y acelerar nuestra decadencia y la muerte.

Podrás identificar a tus grandes frenemigos por los siguientes rasgos: 1) Son envidiosos. 2) Tienen palabras bonitas pero su lenguaje corporal delata su hipocresía. 3) Hacen muchas preguntas sin dar buenos consejos. 4) Hablan a tus espaldas sacando a relucir tu vida privada. 5) Normalmente hablan mal de todo el mundo. 6) Te cuentan su vida a la primera y exigen tu cariño inmediatamente. 7) Siempre te están corrigiendo para hacerte creer que estás equivocado y sobreactúan y se enfadan cuando les replicas. 8) Buscan formas encubiertas de hacerte daño. 9) Sabotean tu trabajo porque te ven como su competidor. 10) En el fondo, tus frenemigos son despiadados porque son unos insensibles.

* Profesor de la UCO